La agenda sine qua non del TLC
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier Sub/versiones: La Nación, jueves 5 de mayo del 2005
Decía el jueves pasado que, con todo y sus ventajas y defectos – que los tiene – no tendría sentido aprobar el TLC si no corregimos algunos vacíos fundamentales de nuestro desarrollo: si no suplimos las carencias de nuestra educación y la ausencia de una política de conocimiento; si no creamos las condiciones para que la pequeña y mediana empresa puedan realmente competir tanto en el mercado interno como en el externo; sin instituciones e instrumentos eficaces de desarrollo rural; y sin una política nacional de inversiones e infraestructura. Claro que todo eso requiere más que palabras...:
requiere mecanismos, derechos, instituciones y, por supuesto, requiere recursos. Hace falta una reforma fiscal capaz de generar los recursos necesarios para financiar la reconstitución de las instituciones, las políticas, los programas y las inversiones que garanticen que las oportunidades lleguen a todos y que nadie quede al desamparo. Y hace falta una reforma a nuestro sistema financiero pues, aunque le va muy bien, la verdad es que da pena: con los intereses que paga es incapaz de estimular el ahorro y, con los que cobra y las garantías que pide, deja por fuera a la gran mayoría de la gente y las empresas que más necesitarían de ese crédito. Sólo se salvan quienes pueden financiarse en los mercados internacionales. Y aunque esto tampoco es culpa del TLC, lo cierto es que… ¿quiénes podrían aprovecharlo en esas condiciones?
Algunos creerán que todo esto que digo no es más que mi subterfugio para oponerme elegantemente al TLC. Otros más bien pensarán que es mi forma discreta – o no tan discreta – de apoyarlo. Pues no, ni una ni otra: la verdad es que tengo sueños y temores. Hoy somos un país que exporta y se integra al mundo, sí, pero solo en la cima. Un país de primera, sí, para los que pueden pagar por viajar en primera, estudiar en primera, producir en primera, vivir en barrios y zonas de primera; pero un país de tercera o cuarta para esas tres cuartas partes a las que no llegan las oportunidades y más bien se sienten agobiados porque cada día les resulta más difícil atender sus responsabilidades y mantener un nivel de vida digno. Un país que se parte en dos. Un país que cultiva y exalta la ilusión de unos frente a la desesperanza de otros. Y aunque esto tampoco sea culpa del TLC, lo cierto es que de aprobarlo sin corregir esos vacíos, los frutos de la apertura seguirían concentrándose de un lado... y las angustias del otro. La desesperanza podría dar paso a la desesperación, ¡y ése sí que sería un escenario peligroso y de difícil retorno!
Pero un escenario que todavía me parece evitable si, como sociedad, pudiéramos acordar un conjunto de reformas que, sin ser muchas, sí son de fondo. Reformas que son indispensables para que el crecimiento y la apertura sean un buen negocio para el país en su conjunto, para todos... y no solo para unos pocos. Y no digo que tengamos que hacerlo todo antes de firmar el TLC, pero tampoco podríamos dejarlo todo para después, ni conformarnos con el atolillo de una escuálida ‘agenda complementaria’. No tenemos todo el tiempo del mundo, pero tampoco hay que festinar nada. Se trata de identificar y diseñar unas reformas sensatas y de entender que la cosa es dando y dando... ¡y dando en serio!
A quienes creyeron que esta discusión solo podía llevar a un callejón sin salida, tenemos que decirles que se equivocaron, que Costa Rica tiene tanto una vocación de progreso como una vocación solidaria. Y a quienes más se han beneficiado de la apertura – y más quieren el TLC – tenemos que decirles que, precisamente por esa vocación solidaria, si de verdad quieren que la integración del país con el mundo avance, tienen que asumir con el resto del país el compromiso de un conjunto de reformas a las que hace rato no parecen estar dispuestos, pero que son indispensables para que esta integración hacia fuera permita consolidar – en lugar de fragmentar – nuestra propia integración como sociedad.. Se trata de lograr un acuerdo entre nosotros, sí, pero simultáneo con y tan firme como el TLC. No se trata de una agenda complementaria, se trata de una agenda sine qua non. ¿Será tan difícil que entendamos esto y aprovechemos el TLC como la excusa que nos permita, finalmente, recomponer el pacto social costarricense?