La ciudadanía es como el sexo
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
Sub/versiones – La Nación, Costa Rica, jueves 26 de mayo, 2005
¿Usted de verdad sabe cómo se usan los servicios públicos? Algunas cosas pueden ser – o parecer – muy básicas, como matricular una hija en la escuela, o sacar cita en el Seguro. Otras, mucho más complejas, como llenar la papelería y los requisitos para pedir un préstamo al Banco; descifrar los formularios de Hacienda o los del INS; o saber qué hacer cuando le llega un cobro extraño por llamadas que nunca hizo, agua que no dejó correr o servicios municipales que... ¿Y sabe acaso cómo administrar – y cómo se administran – sus fondos de pensiones, cómo ahorrar bien, qué tipo de cuenta elegir...? ¿Y la casa... debería estar a nombre suyo, de ambos, como patrimonio familiar o de una sociedad? ¿Qué hacer – incluso cómo entablar una demanda – cuando alguien, sea público o privado, le estafa o viola sus derechos?
Y el punto no es si sabe o no sabe – finalmente, de una u otra forma, los ciudadanos medio aprendemos a medio usar los servicios públicos. Pero... ¿por qué nunca nadie nos enseñó en serio y bien? Parece que hay cosas – cosas importantes – que no sabemos dónde se supone que la gente tiene que aprenderlas. Y en eso, los derechos ciudadanos, son como el sexo: algo de lo que los papás nos hablan, como sin querer, una que otra vez... y nunca con el detalle requerido para llenar el formulario de hacienda o saber usar el condón; algo de lo que algún profesor de sociales nos habló, pero en ese sentido académico de que hay que pagar impuestos, existe la Contraloría, hay que asegurarse... igual que, probablemente, algún profesor de ciencias nos explicó minuciosamente cómo el espermatozoide fecundaba el óvulo... pero ni el de ciencias nos explicó cómo diantre era que el travieso espermatozoide llegaba – o no – al óvulo, ni el de sociales nos explicó cómo, en definitiva, cada uno de nosotros, tenía que hacer para pagar sus impuestos o usar bien el Seguro, para usar los bancos, para tener una pensión decente o, en fin, para conocer y poder utilizar bien todos los servicios y derechos que la sociedad ha ido construyendo para la ciudadanía.
Así es la paradoja: la misma sociedad que invierte en enseñarnos historia y matemáticas – sin duda importantes – parece creer que hay cosas que, o bien no son tan importantes o... son tan obvias y fáciles que se aprenden solas. Pero resulta que ni lo uno ni lo otro: los conocimientos, las habilidades, las actitudes, la cultura adecuada para poder vivir bien en sociedad y para “ser buen ciudadano” en el doble sentido de ejercer tanto los derechos como los deberes que la ciudadanía entraña, eso, es algo que – como el sexo – lo tenemos que aprender a golpes, a ‘prueba y error’... y con errores innecesarios que muchas veces nos salen tan caros que en ellos se nos van los ahorros de toda una vida, o hasta la vida. Una verdadera educación cívica no solo promovería el resto de las reformas que necesitamos – pues la gente sabría exigir sus derechos y cumplir sus deberes – sino que serviría para que, al menos, esto de ser ciudadano y ciudadana no nos resulte tan embarazoso.