Sub/versiones: La Nación, 2 de marzo, 2003

La Congregación para la Doctrina de la Fe acaba de publicar un documento llamando a que los católicos participen activamente en la vida política. En mi caso – como en el de muchos de mi generación – la participación política surgió, precisamente, de las inquietudes despertadas por un sacerdote católico fuera de serie – el Padre Royo – que nos acercó a la realidad nacional, a las angustias de los más pobres, y provocó en nosotros la urgencia por hacer algo al respecto. Creí que este nuevo documento intentaría algo parecido, pero no. La “Nota Doctrinal” más bien destaca “el camino positivo que la humanidad ha realizado en el progreso y la adquisición de condiciones de vida más humanas”, “la mayor responsabilidad hacia países en vías de desarrollo” y “la creciente sensibilidad por el bien común”.

La pobreza y la injusticia siguen ahí, pero no se mencionan una sola vez en el documento, que no llega a leerse como una verdadera exhortación para la participación política de los católicos, sino más bien como una llamada de atención, como un regaño en dos frentes. Uno, se refiere a las formas diversas en que la gente entiende y vive su sexualidad, su vida familiar, su vida reproductiva. Y aquí el documento no sólo apunta al tema espinoso de la defensa de la vida humana, que involucra delicados juicios morales y complejas definiciones científicas, sino que cuestiona incluso prácticas en las que difícilmente se pueden aducir ‘verdades absolutas’, ‘morales únicas’ o ‘leyes naturales’; insistiendo, por ejemplo, en su oposición a las leyes que legalizan formas de convivencia distintas al matrimonio tradicional o que permiten el divorcio civil (dogmatismo paradójico en una institución que practica con tanta liberalidad los trámites de anulación matrimonial).

Y dos, el temor a un creciente “relativismo cultural” que permite que ‘algunas revistas’, ‘algunos periódicos’ y ‘algunas asociaciones u organizaciones de inspiración católica’ estén haciendo y diciendo cosas que son contrarias a la enseñanza moral y social de la Iglesia en cuestiones éticas fundamentales… a juicio, por supuesto, de la Congregación de la Doctrina de la Fe. En particular, les preocupa que estos medios y organizaciones puedan incitar erróneamente a la gente a preocuparse por las injusticias estructurales, por las muertes masivas, por la continua reproducción de la pobreza y – peor aún – a querer aprovechar las grietas de la globalización para volver a soñar con un mundo mejor no sólo allá y después, sino también aquí y ahora. Ante eso, el documento es tajante: “deben ser rechazadas las posiciones políticas y los comportamientos que se inspiran en una visión utópica, la cual, cambiando la tradición de la fe bíblica en una especie de profetismo sin Dios, instrumentaliza el mensaje religioso, dirigiendo la conciencia hacia una esperanza solamente terrena, que anula o redimensiona la tensión cristiana hacia la vida eterna”. Tajante… y políticamente conservador.

Por eso, al leer esta “Nota doctrinal” tan reciente… y a la vez tan rancia, uno no puede evitar pensar que, aunque quinientos años hayan pasado, algunas cosas se resisten a cambiar. Pero el mundo, sin embargo, se mueve, y el fermento del Padre Royo sigue con nosotros.