Los conceptos y la gente: cuestión de ética
Leonardo Garnier

Sub/versiones – LA NACION: Jueves 27 de febrero de 2003
Lo que está ocurriendo con el PAC no es bueno para el PAC, pero tampoco es bueno para la democracia costarricense. En febrero del 2002 el novel Partido de Acción Ciudadana no sólo dio una soberana sorpresa a los costarricenses, al elegir catorce diputados y forzar una segunda ronda electoral – hecho inédito en nuestro pasado reciente – sino que logró revitalizar la política nacional, generando ilusión en mucha gente – sobre todo entre los sectores medios urbanos – que venía participando cada vez con mayor apatía y descreimiento en la vida política nacional. En pocos meses, el PAC dejaba de ser un partido minoritario más para constituirse en una de las principales fuerzas políticas del país, con claras opciones a ganar las elecciones del 2006 y ser, entonces, gobierno. El socollón de las últimas elecciones profundizó, además, la crisis de los partidos tradicionales y, en especial, la del Partido Liberación Nacional – de donde saliera el propio Ottón Solís, muchos de los dirigentes del PAC y la mayoría de sus votos. Así, hace un año, el escenario político costarricense parecía terreno fértil para un gran rediseño, para la reforma interna de los partidos y para la consolidación de nuevas prácticas políticas.
Pero no ha pasado un año… y el PAC, por asuntos que sus propios diputados han calificado de “estúpidos”, prefiere rajarse en dos que resolver de manera razonable los conflictos internos que lo aquejan. Ocho de los catorce diputados del PAC – una mayoría – han tomado una de las más dramáticas decisiones que podían tomar: salirse del partido, es decir, salirse del partido que, con o sin razón, era visto por muchos costarricenses como la principal fuerza renovadora de la política nacional. No puede haber sido una decisión fácil para personas que con tanto ahínco habían trabajado por lograr eso… y tampoco debe haber sido una decisión fácil la de quienes, desde los órganos de autoridad del partido, prefirieron el cisma que el acuerdo razonable. Y es que si analizamos el tema ‘de fondo’ de esta tragicomedia, es fácil concluir que ambas partes tienen razón y que, por eso mismo, ambas partes se han equivocado en grande en sus actuaciones, mostrándonos cuán complejo puede ser el manejo responsable del poder en una democracia… pues ese – y no el uso de los carros, de los celulares… o el consumo de galletas oficiales – es el verdadero tema de fondo.
Los congresistas abogaron, sobre todo, porque se les permitiera usar los carros del Congreso en misiones oficiales programadas por las comisiones legislativas – algo más que razonable. Los asambleístas y las autoridades del PAC “consideraron una mala señal echar para atrás un compromiso asumido en la anterior campaña electoral”. También razonable. Lo que no es razonable, ni aceptable, es que esos diputados hayan sido objeto, como ellos dicen, de “una sistemática campaña de hostigamiento por sectores dogmáticos e intransigentes del PAC, que han intentado lincharnos moralmente por demandar una interpretación del Código de Ética”; y acusan a Ottón Solís de cuestionar su fidelidad a los valores y principios del partido. Y es que no es la primera vez que altas autoridades del PAC – don Ottón en particular – se arrogan el derecho a juzgar, condenar y linchar públicamente a quienes ellos hayan identificado como ‘corruptos’… y la carga de la prueba, dentro de esta perversa lógica de cacería de brujas, queda siempre en el difamado, que debe no sólo probar su inocencia, sino ver luego cómo se limpia de las manchas que con tanta ligereza se le endilgaron.
Ottón ha logrado transformar un fin sano y noble – la lucha contra la corrupción – en su contrario: la instrumentalización fría y calculada de esa lucha para hacer avanzar su propia causa política. Y cuando la política se instrumentaliza, por nobles que sean las intenciones, se deshumaniza y se pervierte. Es así que puede darse el lujo de parecer magnánimo, cuando en realidad sigue siendo tan intransigente como siempre: “llamó a los disidentes a reconsiderar su decisión, pero fue enfático en que el partido no cederá en los principios que anunció en la campaña electoral”. Es decir, regresen con el rabo entre las piernas, reconociendo su pecado, su abuso, su corruptela. Yo no creo que Quírico Jiménez, Gerardo Vargas y Rafael Varela merezcan ese trato por haber viajado en un auto de la Asamblea a una gira oficial de la Comisión de Asuntos Agropecuarios. Pero a Ottón, no parece importarle la gente, ni siquiera esa gente que él sabe – porque tiene que saberlo – que es decente, honrada y comprometida con sus principios. No extraña, por eso, que cuando a Ottón le preguntan si le duele o no que las personas que lo ayudaron a consolidar el partido político se le vayan ahora de lado, responda sin inmutarse: “Me dolería si este partido optara por violentar principios”. ¿Se vaya quien se vaya, don Ottón? “No se trata de personas, son conceptos lo que nos une”.
Conceptos, no personas. Pero es que la vida, tanto la privada como la pública, trata precisamente de personas y de relaciones entre personas. Es el respeto y el afecto por las personas, la capacidad de ponernos en su lugar, de entenderlas, de llegar a acuerdos o de discrepar sanamente, sin ensañarnos con el otro, lo que constituye la base de la vida social: en la familia, con los amigos, en las asociaciones, en el trabajo, en el juego… y en la política, sobre todo en la política, que tanto bien o tanto mal puede hacer. Por eso, éticamente, es la gente la que importa. ¿Y los conceptos…? Claro que son importantes los conceptos, pero sólo cuando están al servicio de la gente, cuando nos permiten entender y mejorar las relaciones entre la gente, no cuando se tergiversan para aplastar a otros y elevarnos, por esa vía, sobre sus cabezas. Esa, es la peor de las corrupciones y la antítesis de la democracia, aunque se predique como lo contrario y halague momentáneamente el oído ingenuo de mucha gente. Ojalá esta crisis del PAC se resuelva sanamente, y que todos – todos – aprendamos de ella.