Los terribles cuidacarros
Leonardo Garnier

Sub/Versiones: La Nación – Mayo 16, 2002
Si tuviera la opción, ¿usted qué preferiría: dejar su carro solito en una calle igual de sola… o dejarlo en una de esas calles en las que, por trescientos pesos, algún cuidacarros se va a estar paseando por la acera echándole un ojo? Yo, ni lo pienso: me quedo con los cuidacarros. Me parece que ofrecen un servicio que, si bien no es gran cosa, tampoco es gran cosa lo que cobran. Se reclama que ‘no responden’ por los daños que el carro pueda recibir, pero ¿es que tendrían con qué responder? Y si usted está pensando que la ley obliga a los parqueos ‘formales’ a hacerse responsables… mejor despabílese: cuando nos robaron el carro de un parqueo con el que teníamos contrato mensual, y del que el ladrón salió tan campante manejando… ¿se hicieron responsables? ¡No! ¿Demandarlos? Inútil: el parqueo estaba a nombre de una sociedad anónima más pobre que un cuidacarros, y tampoco tenían póliza. Negocio perfecto. ¿Por qué no pagarle, entonces, a un cuidacarros mondo y lirondo?
Claro que uno preferiría vivir en una ciudad segura, en la que se puede caminar por cualquier calle, a cualquier hora, sin correr peligro; en la que se puede dejar el carro en cualquier lado, sin temor a encontrarlo tachado… o no encontrarlo; una ciudad en la que nuestra responsabilidad ciudadana se combine con una vasta fuerza pública capaz de cubrir, de cerca, todas las calles y callejones existentes pero… ¿es que existe tal ciudad? Peor aún, ¿es que estaríamos dispuestos a pagar los impuestos necesarios para cubrir las calles de cuidacarros municipales? Si juzgamos por la reacción que hay cada vez que se habla de subir algún impuesto, lo dudo. La otra opción sería que existieran suficientes parqueos formales – y que se les exigieran las pólizas y respaldos correspondientes – pero… ¿por qué no existen? ¿Fallas del mercado? Y, mientras no existan ¿no nos prestan un servicio, menor pero legítimo, los cuidacarros?
Siempre me sorprende la facilidad con que nos suelen molestar los oficios informales de los pobres, el ‘pago obligatorio’, el que ‘no se hagan responsables’, y hasta la sensación de ‘chantaje’ con que nos cobran. Todo eso es cierto pero… ¿amerita llamarlos ‘mendigos con garrote’? Porque lo mismo ocurre en muchos campos, y sin mendigos. Pensemos en los canales de Cable, que hacen lo que les da la gana con sus usuarios. En los discos compactos – de música o de software – que se nos venden a tres o cuatro veces su costo, o en los libros de texto de diez mil colones. Ah… pero el pirata es el que los copia. Algo parecido ocurre con las caprichosas tarifas de las líneas aéreas, y esas tampoco se hacen responsables de atrasos ni de maletas perdidas. O con los timbres de los colegios profesionales, obligatorios ¿a cuenta de qué, a cambio de qué? Y ni qué decir de lo que se dejan cobrar algunos hoteles y restaurantes por servicios apenas pasables. En fin… son tantos los casos en los que el precio que pagamos está lejos de reflejar el costo y calidad de lo que recibimos, y en los que la falta de competencia no nos deja más remedio que seguir pagando, que… ¿amerita desquitarse con los cuidacarros?