Más variedad y profundidad con menos morbo: ¿se podrá?
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier Sub/versiones: La Nación, jueves 20 de octubre, 2005
“Me rebelo contra la farandulización de la información...” nos dice Constantino Urcuyo desde su columna ‘Nuestro Tiempo’ en El Financiero de esta semana. Y tiene razón: esa trivialización es una de las grandes enfermedades – y síntomas – de nuestro tiempo. Es como un cáncer: si nos descuidamos, acabará con nosotros. Lo absurdo es que esto nos esté ocurriendo precisamente cuando tenemos a nuestra disposición todas las herramientas para que las cosas fueran precisamente al revés: nunca como hoy habría sido posible que la gente esté mejor informada, conozca y entienda mejor lo que pasa, tenga acceso a más diversidad de interpretaciones... y no solo en el mundo de la noticia, sino en el mundo del arte, de la cultura, del deporte y del entretenimiento. Tal es nuestra paradoja: en el momento de mayor diversidad posible, es cuando menor diversidad parece haber. Cuanto más espacio y más canales podrían estar disponibles para productos, análisis e informaciones distintas... más se parecen las películas, más se parecen los shows, más se parecen las noticias – y hasta quienes las transmiten – al extremo de que, con honrosas excepciones, cada vez tiene menos importancia qué canal o medio estemos viendo, leyendo o escuchando.
Hoy, hasta una serie histórica sobre el Imperio Romano tiene que venderse en HBO como un culebrón lleno de sangre y sexo, para garantizar el mayor rating posible. Los noticieros son cada-vez-menos-noticia y cada-vez-más-eros, cada vez más sucesos, accidentes, escándalos, asesinatos, violaciones... cualquier cosa que fomente el morbo y, con él, la ansiada sintonía que empuja al primer lugar y atrae a los patrocinadores. El colmo, son esas secciones de los noticieros en las que ya ni el rating hace falta, porque la noticia – o lo que parece noticia – es el anuncio.
Frustrado por todo esto – y con razón – Constantino, siguiendo a Miguel Ángel Bastenier, de El País, clama por un periodismo perspectivista: un periodismo que explique el mundo y tome distancia más allá de los meros hechos o acontecimientos; un periodismo que interprete; un periodismo que apueste por la profundidad en vez de quedarse en la epidermis y, peor, en la epidermis de los rich and famous. Un periodismo de proceso, y no de momentos. Un periodismo que dé algo más que cápsulas, un periodismo que alimente, que cuestione, que le brinde continuidad a la noticia de hoy en la de ayer y en la de más atrás... de manera que entendamos mejor la noticia de mañana. Hay ejemplos de buen periodismo y buenos periodistas – por supuesto – pero la presión del rating y la competencia mal entendida están ahí, haciendo su labor de zapa, empujando a la mercantilización de la cultura y de la información, dificultando el trabajo de quienes quieren hacer buen periodismo, y haciendo que cada vez más espacios – desde los impresos hasta los televisivos – se vean copados y capados por el infotainment, esa mala mezcla de información y entretenimiento a la que nos quieren acostumbrar. Decir esto no significa creer que no deba haber espacios para la trivialidad. A todos nos gusta de vez en cuando enterarnos de por qué Brad Pitt se quedó con Angelina Jolie – o viceversa – y dejaron a la dulce o melosa Jennifer Aniston tirando tablas; por qué el hijo de Carlos se parece tanto al antiguo guardaespaldas de Diana; o cuál precandidato anda con... ¡pero eso no puede tragarse el periódico ni el noticiero!
Si algo debiera ocurrir en este mundo global e informatizado en el que la mayor diversidad es posible, es que ya nadie debiera apostar a que toda la audiencia se conecte, anestesiada y homogenizada, a la misma serie, al mismo noticiero, al mismo reality show... y digo el mismo porque, aunque no sean estrictamente ‘el mismo’ (al contrario: son ‘la competencia’) todos parecen idénticos: apelan a los mismos trucos, a los mismos instintos, y con la misma ausencia de imaginación, creatividad y buen gusto. No tiene por qué ser así. No todos los espacios tienen que apostar a eso ni, mucho menos, fomentar solo eso: hay espacio, hay medios y hay talento para más; y – contrario a lo que algunos expertos parecieran pensar – coincido con Constantino en que la gente, y no digo los intelectuales o las supuestas elites, sino la gente común y corriente, toda la gente, querría y podría aprovechar mucho más el potencial de los medios, si esta absurda mercantilización light de la cultura y la información no exigiera altísimos ratings mínimos a cada programa, a cada segmento, a cada segundo.
No se trata, por eso, de pedir periódicos, radioemisoras y televisión ‘de elite...’ sino de algo más simple y sensato. Por un lado, se trata de pedir mayor variedad en los medios: más variedad en las películas, en la música, en los shows y, claro, en las noticias. Que así como hay espacio para el nuevo corte de pelo de Beckam o de Lemos, haya también espacio para los buenos análisis del proceso deportivo – tanto el que se vive en las canchas y los entrenamientos, como el que se oculta en los centros de poder de la industria deportiva –; y, por supuesto, que haya también espacio para satisfacer a todos aquellos que quieren saber, informar u opinar de otras cosas que para algunos serán más, para otros menos importantes, pero que son distintas y también tenemos derecho a conocerlas y gozarlas.
Por otro lado, se trata de pedir mayor calidad en la oferta y, en especial, mayor profundidad y rigor en la cobertura de las noticias: queremos entender los procesos, no simplemente sorprendernos con los eventos. A veces nuestros noticieros parecen gastar más plata en el helicóptero y la supercámara que nos permitirán ver la sangre saliendo del cuerpo a medio morir de una persona – a la que casi nunca se trata con respeto – que en los recursos de investigación y el trabajo de los analistas que nos permitan entender por qué la violencia, por qué la apatía, por qué la desesperanza. Y claro, la sangre, la mala noticia, la tragedia así no más, sin mayor explicación, sin proceso, golpea, emociona, atonta... pero no permite reaccionar inteligentemente, no hace pensar – hace difícil pensar – y, por tanto, promueve más de lo mismo, y empobrece tanto la calidad de la audiencia como la calidad de la oferta de los medios. Con ellas, se deteriora la calidad de la vida en común y la calidad de la democracia... que se vuelve, también, un concurso de ratings y de encuestas, y no una confrontación seria de personalidades y propuestas. Un poco más de variedad. Un poco más de trabajo en profundidad. Un poco menos de morbo... y que el marketing no se lo trague todo. ¿Será tanto pedir?