Migrar o no migrar ¿he ahí el dilema?
Leonardo Garnier
El parlamento de Dinamarca acaba de aprobar una reforma legal que no solo restringe los derechos de los refugiados sino que permite que se les expropien – es decir, que se les roben – todos aquellos bienes que posean y que excedan los US$1450. Ahora los migrantes no solo tendrán que preocuparse de lo que les puedan robar en el camino, sino que sabrán que de lograr llegar a Dinamarca (o a Suiza, donde existe una norma similar), lo poco que hayan podido salvar de su patrimonio les será expropiado por las autoridades. La nueva ley también dificulta la reunificación familiar pues aumenta de uno a tres años el tiempo que deben esperar quienes gocen de asilo para pedir que su familia se reúna con ellos en Dinamarca. Bienvenidos al siglo XXI.
La norma no solo fue aprobada por el xenófobo y ultranacionalista Partido Popular Danés, sino por una alianza que incluyó al partido Conservador, a la Alianza Liberal y hasta al Partido Socialdemócrata de Dinamarca. La ley se aprobó con el voto de 81 de los 109 diputados que, sin embargo, trataron de agregarle elementos de “sensibilidad” a esta barbarie: la ley aprobada permite, por ejemplo, que los refugiados puedan conservar aquellos bienes personales que tengan un especial valor sentimental, como los anillos de matrimonio. Abruma tanta sensibilidad.
Si bien la expropiación dice justificarse en el alto costo que tienen los refugiados para Dinamarca, eso no parece tener sustento, ya que los montos que se les expropian, aunque sean importantes para las familias, son pequeños comparados con esos costos. En realidad se trata de un mecanismo más para frenar las migraciones obligando a los refugiados a ponderar, al estilo del Príncipe danés, si “migrar o no migrar…” como si se pudiera cavilar así cuando se huye de una guerra. Esta ley es una medida más para disfrazar el rechazo europeo a los refugiados, pero no es una simple medida más: expropiar a los migrantes constituye una medida grotesca que muestra la doble moral de un continente que, a lo largo de la historia, generó grandes oleadas de migrantes – a veces conquistadores, a veces invasores, a veces simples mercaderes, otras veces verdaderos refugiados que huían de la guerra, de la depresión, de la persecución religiosa o política o que simplemente buscaban mejor vida en otras tierras.
¿Se imagina usted que a cada familia europea que migró a América se le hubieran expropiado los pocos ahorros o bienes con los que logró llegar a su nueva patria? Eso es exactamente lo que hoy empieza a hacer Europa, la vieja Europa, la Europa de nuestros abuelos que llegaron a buscar vida en tierras ajenas. Algo está podrido, muy podrido.