Neruda Digital
Leonardo Garnier

Sub/versiones – LA NACIÓN: 01/11/01
No fue un fin de siglo para la poesía.
Poesía/Pereza.
Poesía/Pasado.
Poesía/Pérdida de tiempo.
No fue un fin de siglo en que los jóvenes
leyeran, oyeran, gozaran
e hicieran poesía.
La poesía envejece y se anquilosa
en los papeles duros,
tiesos como piedras, mudos,
ilegibles, lejanos, inentendibles.
Inalcanzables papeles
poblados de jeroglíficos,
de poemas ajenos:
poemas/dardos sin punta
poemas/voces sin bocas
poemas/silencios.
Regresa entonces Neruda,
(siempre Neruda)
cabalgando a lomo de compacto
--de disco compacto, CD-ROM—
y acompañado de una jauría
de juglares y roqueros
que viven y reviven sus poemas;
los cantan, los declaman y los cuentan
junto a la voz profética de Pablo:
“¡Qué espesa luz de leche,
compacta, digital, me favorece!”
Cada uno escogió, sin instrucciones,
lo que le dio la gana: un poema
que le moviera y removiera las entrañas.
Un poema necesario, inescapable,
un poema que, siendo de Neruda,
fuera también, inevitablemente, suyo.
Y como cosa propia, regalo del poeta,
(que siempre quiso que sus versos
fueran versos de todos y por todos
hablados, leídos y escuchados)
tomaron sus palabras
y las leyeron,
y las cantaron,
y las amaron
y las hicieron, otra vez, nuestras.
“Entre morir y no morir
me decidí por la guitarra”
–dijo Pablo.
Y es así, guitarra en mano,
que Fher inicia esta fiesta nerudiana,
mientras el viento nos llama galopando,
para llevarnos lejos,
al ritmo sensual de la poesía.
La garganta austera de Alejandro Sanz
se sumerge en el poema quince
para recrear cada palabra y cada sonrisa,
—que las palabras y las sonrisas bastan.
Y la voz profunda y lenta de Miguel Bosé
nos alerta: “Soy el tigre...
centinela implacable de mi amor asesino”.
“Nunca me sentí tan sonoro”
–dijo Pablo.
Y su sonoridad renace, digital, al nuevo siglo,
asediada de acordes y discordes
entre los que se arrastra Milton Nascimento,
no tan alto,
declamando, entre resignado e irónico:
“Sin duda todo está muy bien
y todo está muy mal, sin duda”.
Así fue. Así es hoy, también.
“Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta”
sentenció ayer desde Machu Pichu
la voz generosa de Neruda,
ofreciéndose a ser la voz de los más débiles.
“Hablad por mis palabras y mi sangre”
—que son las palabras y la sangre de la gente—
nos ordena hoy desde Machu Pichu
la voz permanentemente joven de Neruda.
Mientras los Babasónicos cantan
la oda a un millonario muerto,
y Santo Barrio replica
con la oda al hombre sencillo,
los Aterciopelados tienen miedo
de que la muerte del mundo
caiga sobre su vida.
Neruda, también tiene miedo:
“Todos pican mi poesía
Con invencibles tenedores
Buscando, sin duda, una mosca.
Tengo miedo”.
Tiene miedo, pero es poeta
y, como tal, eterno.
Beto Cuevas se mira, innecesario,
en los espejos del caballo de los sueños.
Al ritmo del rap, su cadencia necia,
insistente y misteriosa,
resulta vehículo ideal para el poeta:
“Un sabor que tengo en el alma me deprime...”
Como nos deprime y conmueve
la elección de los Fabulosos Cadillacs,
ese poema terrible del pie del niño
que no sabiendo que era pie
quiso ser manzana o mariposa;
y anduvo ciego por la vida,
pie labrador, minero, funcionario,
hasta que, al fin, bajó a la tierra
sin saber que había dejado de ser pie.
No podía faltar en esta juerga de poetas y cantores
el más juerguero de los cantores y poetas.
Y no podía elegir Joaquín Sabina,
mejor oda que la oda a la crítica de Pablo.
Oda mágica y profética que embiste
contra los críticos esterilizantes,
que para protegerla,
condenan la poesía, “a sus desvanes
y a sus cementerios”.
Oda mágica y profética que admira y agradece
a los hombres y mujeres de la calle y de la vida:
“Comieron mis palabras,
las guardaron junto a la cabecera,
vivieron con un verso,
con la luz que salió de mi costado”.
Y con esa luz y las palabras de Neruda
continúa esta compacta y prolija fiesta poética, convocatoria potente a los jóvenes,
voz de alerta:
¡recuperen la poesía!
¡recuperen la vida!
¡el derecho a vivirla y a cantarla!