No caer nunca en la trampa del miedo
Leonardo Garnier

Me siento ofendido – como profesor universitario, como exministro de Educación y también como miembro del Partido Liberación Nacional – al enterarme de las gestiones presentadas ante la fracción legislativa del PLN para que se “investigue” la Cátedra Ibn Khaldun de cultura islámica, impartida en Escuela de Historia de la Universidad de Costa Rica.
No siempre nos gustará lo que se enseñe, lo que se afirme, lo que se discuta desde nuestras aulas universitarias. Algunas veces, incluso, podrá molestarnos profundamente. Pero si algo es fundamental para que se mantenga la vitalidad de la democracia y la riqueza de la vida política y cultural del país, es que siempre exista la libertad para que en esas aulas se puedan escuchar y discutir todas las ideas, todos los puntos de vista en todos los campos del conocimiento y de la cultura. Frente a una idea, la universidad debe ofrecer otras ideas, no el silencio, no la censura.
Pero no es solo cuestión de gustos u opiniones, sino del más elemental respeto a nuestro marco jurídico. El Artículo 87 de nuestra Constitución Política lo señala sin ambigüedad alguna: “La libertad de cátedra es principio fundamental de la enseñanza universitaria” y esta libertad de cátedra se ve consagrada en el artículo 84 de esa misma Constitución, que establece la autonomía universitaria.
En la clausura del curso académico de 1960, Rodrigo Facio, rector de la Universidad de Costa Rica, prominente miembro de la Junta Fundadora de la Segunda República y fundador del Partido Liberación Nacional, destacó la importancia de la libertad de cátedra y la autonomía universitaria en palabras tan hermosas como contundentes:
“La pequeña república universitaria forja las virtudes de la absoluta libertad para todas las personas, completa tolerancia para todas las ideas, diálogo constructivo, responsabilidad acrisolada, selección ética de los medios, preocupación por los problemas verdaderos: esas mismas virtudes que quisiéramos ver prevalecer, sin excepciones ni debilitamientos, en el escenario de la política nacional”.
De acuerdo con Facio, para cumplir con dicho papel, la Universidad pública “requiere la más absoluta libertad para investigar, para criticar, para replantear y formular”.
Por eso sorprende tanto que hoy, contrariando no solo el espíritu y la obra de Rodrigo Facio, sino de muchos de los más preclaros pensadores liberacionistas que contribuyeron a dar forma y fondo a nuestras universidades públicas – como don Isaac Felipe Azofeifa, don Carlos Monge Alfaro, don Eugenio Rodríguez, con Carlos José Gutiérrez, don Luis Garita y muchos más que aún viven – surjan desde las propias tiendas del Partido Liberación Nacional, voces que pretenden cuestionar la libertad de cátedra y la autonomía universitaria.
Cuando alguien se pregunta: “¿Cómo lograron abrir una cátedra de este tipo, exclusivamente de la religión musulmana, en una de las instituciones más importantes de Costa Rica?” la respuesta debiera ser obvia: lograron hacerlo porque existe la libertad de cátedra. Igual que se puede enseñar y aprender sobre unas culturas, se puede – y se debe – enseñar y aprender sobre otras. Esto es más cierto hoy que en ningún otro momento de la historia: el mundo no necesita más ignorancia, sino más conocimiento mutuo.
Cuestionar la existencia de una Cátedra dedicada al estudio del islam en la Universidad de Costa Rica como si esto fuera sinónimo de adoctrinamiento religioso o peor aún, como se dijo, de adoctrinamiento vinculado “a un extremismo asesino lleno de odio y resentimiento” resulta grotesco e irrespetuoso. Si alguien tiene evidencia de que en esta cátedra se incite al odio, se fomente el fanatismo o se promueva el terrorismo, que lo denuncie ante las autoridades universitarias, que sabrán asumir su responsabilidad de garantizar que la libertad de cátedra no se utilice para tales fines.
Pero cuestionar la libertad de cátedra simplemente porque existe una Cátedra que versa sobre el islam y no “sobre todas las religiones del mundo” resulta tan absurdo como si alguien viniera a cuestionar, con los mismos argumentos, la existencia de escuelas y colegios católicos, o metodistas, o de escuelas y colegios judíos en los que sus estudiantes solamente reciben educación sobre una religión, y no “sobre todas las religiones del mundo”.
El mundo es hoy – como en otros momentos de la historia – víctima de los miedos, de los odios, de los fanatismos de distinto signo. No podemos hacer el juego a esos odios. No se trata de ser ingenuos, se trata de no caer en el juego: nada sirve más a los fanáticos de un signo que los fanáticos del otro signo. Los violentos se alimentan mutuamente. No caigamos en esa trampa. Detengamos el odio.
Pero, sobre todo, no caigamos en la peor de las trampas: la trampa de ceder nuestra libertad ante el argumento del miedo. Hoy menos que nunca.