No pierda el tiempo
Leonardo Garnier

Sub/Versiones – La Nación: Jueves 26 de Diciembre, 2002
Ya pasó la Navidad. Los regalos que compramos, envolvimos y entregamos ya fueron recibidos, desenvueltos y hasta estrenados. Probablemente gastamos un montón de plata – aguinaldo incluido – y el susto final lo recibiremos a fin de mes, cuando terminen de llegar las cuentas y los saldos de la tarjeta de crédito. Pasado el gustazo, el trancazo. Al placer del shopping, de regalar y ser regalados, seguirá esa anticlimática sensación del día después: un largo feriado, días de poca plata y mucho tiempo libre, con tiendas cerradas, pocos anuncios, calles vacías y billeteras en rojo, días que podrían ser insulsos y angustiantes, pero que también podrían devolvernos viejos, gratuitos y, tal vez por eso mismo, olvidados placeres. Para todo lo demás – como dice el anuncio – hacía falta el pago, el tarjetazo, el efectivo intercambio mercantil… pero, para los placeres más íntimos, basta que seamos capaces de llenar ese tiempo. Pero… ¿con qué?
Entre muchas posibilidades – usted sabrá mejor que yo qué se le antoja – quisiera sugerir una que, bien hecha, resulta sorprendentemente placentera y satisfactoria. Y digo bien hecha porque, igual que tantas actividades humanas, también la conversación puede volverse vacua y formal. Pero, una buena conversada… ¿qué puede ser mejor que una buena conversada? Y, sin embargo, qué poco conversamos. ¿Cuántas veces nos escapamos de una conversación por tener – o creer que tenemos – cosas más importantes que hacer? ¿Cuántas veces, aún sin escaparnos, la desperdiciamos llenándola de lugares comunes, de formalidades inofensivas, de meros intercambios utilitarios de información?
Desde el ‘no se conversa en clase’ hasta el ‘silencio, estoy trabajando’, hemos llegado a identificar la conversada con la pérdida de tiempo. Y no sólo en el trabajo o el estudio – que tanto podrían ganar de la conversación – sino en mismo tiempo libre parecemos extraditar la parla. ¿Cuántas veces hemos boicoteado una eventual conversación con nuestra insistencia en taponear el terreno fértil del silencio con algún ruido estéril que nos hace reaccionar a la palabra del otro con un ‘ahora no, que estoy viendo tele’? No queremos perder el tiempo conversando pero… ¿no será que el tiempo realmente desperdiciado, el más perdido, es, precisamente, el tiempo en que no conversamos?
Paradójicamente, pocas cosas recordamos con tanto placer como una buena conversación. ¿Por qué, entonces, no conversamos más? Conversar es gratis – no tiene precio – pero... no nos confundamos, conversar no es fácil. Conversar es un arte, y como todas las artes, requiere destreza y dedicación. Hay que invertir en ellas, pero su retorno no es monetario. Conversar toma tiempo. Conversar exige tener sustancia: tener de qué conversar, estar al tanto, saber un poco de muchas cosas, tener opiniones, ser capaz de expresarlas. Y, sobre todo, conversar exige una actitud: hay que interesarse por ‘el otro’, no sólo por la información adicional que nos brinda sino, y sobre todo, por sus puntos de vista, por sus reflexiones, por sus valoraciones, por sus sentimientos. Conversar es vivir en su sentido más humano: convivir. Así que, cuando termine el periódico, no pierda el tiempo… ¡échese una conversadita!