¿Nos importan los niños?
Leonardo Garnier

Sub/versiones: La Nación, 2002-05-09
Esta semana, en la Sesión Especial de Naciones Unidas dedicada a los niños y niñas del mundo, representantes de todos los países – incluyendo más de 70 jefes de Estado – reafirmarán su obligación de “promover y proteger los derechos de todos los niños” al suscribir el documento: “Un mundo apropiado para los niños”. El propio documento reconocerá, sin embargo, que “el decenio 1990 – 1999 fue de grandes promesas y logros modestos en pro de los niños del mundo”.
Hoy, como ayer, hablamos de “poner a los niños siempre primero”, pero cada año mueren más de diez millones de niños, a menudo por causas que podrían impedirse fácilmente. Hablamos de “invertir en la infancia” y de “educar a todos los niños”, pero más de cien millones siguen fuera de la escuela. Hablamos de “erradicar la pobreza” y de “no permitir que ningún niño quede postergado”, pero tres mil millones de personas – la mitad de la humanidad – subsisten con menos de dos dólares al día; de ellos, unos mil doscientos millones, apenas sobreviven con menos de 1 dólar al día. Más de la mitad, son niños. Hablamos de “proteger a los niños de la violencia y la explotación” y de “protegerlos de la guerra” pero, esta misma semana, la prensa nos restriega la muerte horrible de más de cuarenta niños colombianos que se refugiaban de la guerra en una iglesia; nos recuerdan que las ‘peladitas’ se siguen ofreciendo en las rotondas de San José; y nos informan que dieciséis niñas huyeron de sus hogares – en Kenia – y luchan para que sus propios padres no les practiquen la ablación del clítoris.
Ante hechos como esos – y, como esos, hay muchos – el tono del documento no resulta esperanzador: “tomaremos medidas”, “nos comprometemos a poner en práctica”, “a establecer o fortalecer órganos”, “a formular y aplicar estrategias”, “a desarrollar sistemas”, “a fomentar la comprensión”, “a velar porque se atiendan”, en fin… Y, claro, el documento reconocerá que sus objetivos requieren “importantes recursos humanos, financieros y materiales adicionales, tanto en el plano nacional como (…) en el marco de una mayor cooperación internacional”. Pero aquí sí que las palabras y las firmas de los gobiernos amenazan con quedar en lo mismo: una palabra más, una firma más… pero ni un peso más.
Internamente, muchos países en desarrollo siguen sin asignar los recursos requeridos por esa inversión social a la que de palabra aspiran, y lo mismo ocurre con la cooperación internacional. Hace treinta años se propuso que los países avanzados dedicaran a la cooperación al menos un 1% del PIB; al final, el acuerdo de la Asamblea General de las Naciones Unidas fue más modesto: un 0.7% del PIB. Pero aún esa meta resultó ilusa, pues la cooperación más bien se redujo hasta llegar a su nivel más bajo a fines de los noventa, cuando representó apenas el 0,22% del PIB: menos de un tercio de lo acordado. Sólo Dinamarca, Noruega, los Países Bajos y Suecia superaron la meta; la mayoría de los países avanzados aportaron entre 0.25% y 0.35% del PIB, con Estados Unidos dedicando el 0.1% del PIB: una décima del uno por ciento. ¿Así nos importan los niños?