Paradojas democráticas (y la forma paradójica de enfrentarlas)
Leonardo Garnier

Sub/versiones – LA NACION: Jueves 13 de Diciembre del 2001
Es posible elegir democráticamente lo que la gente menos querría elegir. ¿Absurdo? Sí, pero perfectamente posible cuando se elige entre más de dos alternativas. Es cuestión de aritmética, como podemos ver mediante un ejemplo razonable en el que para elegir entre el partido Alfa, el Beta y el Gama, la gente se divide en tres grandes grupos: el grupo X prefiere Alfa que Beta y prefiere Beta que Gama; el grupo Y prefiere Beta que Gama y Gama que Alfa; y el grupo Z prefiere Gama que Beta y Beta que Alfa.
Si el grupo X fuera mayoritario pero sin llegar a tener más de la mitad de la gente, tendríamos una paradójica elección democrática que da el peor resultado posible: al tener que escoger entre los tres partidos, los votos de la gente harían ganar a los Alfas – pues tienen la mayoría – aunque la verdadera mayoría (la suma de los grupos Y y Z) habría preferido que ganaran los Betas o los Gamas, pero nunca los Alfas. De hecho, si hubiera una segunda ronda las cosas serían muy distintas: si la segunda ronda fuera entre Alfas y Betas ganarían los Betas, pues tanto el grupo Y como el Z prefieren Beta que Alfa; y si la segunda ronda fuera entre Alfas y Gamas, entonces ganarían los Gamas. En una segunda ronda, pues, los Alfa nunca ganarían: son el partido que menos gente quiere ver en el gobierno. Sin embargo… podrían resultar electos en la primera ronda si alcanzan el porcentaje de votos que evita la segunda ronda.
Absurdo y poco democrático, sí, pero posible… y hasta probable. De hecho eso fue exactamente lo que ocurrió en las últimas elecciones en Estados Unidos, donde los ambientalistas más radicales optaron por votar por Nader, su opción favorita, en vez de votar por Gore… con lo que garantizaron el triunfo de Bush, que era el resultado que ellos – y la mayoría – menos querían. Las consecuencias no pudieron ser peores, como se ha evidenciado en las políticas energéticas y ambientales del señor Bush (el rechazo del acuerdo de Kioto, por ejemplo).
Esto no quiere decir que el problema de la democracia está en la aparición de una tercera fuerza, al contrario: eso puede ser refrescante incluso para los otros partidos. Pero si va a haber una tercera fuerza, lo importante es que de verdad sea una fuerza con opción de ganar o, al menos, capaz de forzar una segunda ronda en la que la gente pueda elegir bien entre las dos opciones finalistas. Por eso, lo peor que puede ocurrir en una elección democrática no es una competencia ‘entre tres’… sino una competencia ‘entre dos y medio’ en la que una fuerza pequeña que apoya al partido Gama puede hacer perder al partido Beta, llevando al gobierno a los Alfas – que es lo que la mayoría menos quería que ocurriera. Así las cosas, si no queremos que al elegir entre más de dos alternativas se violente la democracia y corramos el riesgo de que gane la peor opción, deberíamos garantizarnos el derecho a una segunda ronda en la que, sin paradojas, la gente pueda realmente elegir lo que más quiere y rechazar lo que menos quiere – algo igualmente vital en una democracia –.