¡Pero no se conviertan en economistas!
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
Sub/versiones: La Nación: jueves 3 de marzo, 2004
"Aprendan toda la economía que puedan -le digo a mis estudiantes el primer día de clases- pero, por favor, no se conviertan en economistas". Y se los digo porque, si bien hay muchas formas de ‘ser economista', hay al menos una que es preciso evitar (aunque, lamentablemente, abunda): la de esos que se toman tan en serio a sí mismos y a su profesión que terminan por reducirlo todo -la vida social, la política, las relaciones personales y hasta la conciencia- a manifestaciones de una única realidad: la del homo economicus que todo lo traduce a un cálculo único, que todo lo mide y cuantifica con la misma vara, que a todo le pone precio y que encuentra muy difícil entender eso que la publicidad de Mastercard explica tan bien: hay cosas que no tienen precio.
Pero cuidado, porque la advertencia tiene dos caras. Si por un lado les previene contra el riesgo de convertirse en ese tipo de economistas a los que Amartya Sen calificaría como tontos racionales, por otro les convoca a aprender toda la economía que puedan. Y esto porque, gústenos o no, muchas de las decisiones que enfrentamos diariamente son decisiones económicas: decisiones que involucran eso que a los economistas nos da por llamar costo de oportunidad. Son decisiones que nos enfrentan a un trade-off, a una disyuntiva del tipo costo-beneficio en la que, para que tener o disfrutar de algo, tenemos que renunciar a algo más (de ahí la importancia de la eficiencia); o en la que para que algunos tengan o disfruten de algo, otros tendrán que renunciar a algo más (de ahí la importancia de la equidad). Por eso ayuda mucho cuando logramos desentrañar, aunque sea parcialmente, los elementos que involucran esas decisiones, sus costos y beneficios recíprocos y relativos; o cuando logramos comprender mejor los procesos mediante los cuales las sociedades, los individuos y grupos que las forman, toman sus decisiones.
La urgencia de entender de economía sin creer por ello que la economía es todo lo que hay que entender es todavía mayor en el mundo de hoy, cada vez más atravesado y definido por las relaciones mercantiles y en el que a veces pareciera que todo, hasta lo que no tiene -o no debiera tener- precio, puede comprarse o venderse. Para poder vivir en un mundo así, en el que los precios y los signos económicos se convierten en traductores obligados de la vida en común y hasta de la vida privada, entender de economía se hace obligatorio para todos, y no solo para los que la estudian profesionalmente. Sólo entendiéndolo podríamos aspirar a cambiar ese mundo; pero entenderlo debe significar, también, saber leer entre las líneas de la vida económica para entender tanto su potencial como sus grietas y sus límites. En particular, significa comprender que, detrás de cada precio, detrás de cada costo y de cada beneficio, hay personas, familias, territorios, afectos, grupos, instituciones, lealtades, pasiones, vacíos, intereses y, claro ¿cómo no? hay poder. Quien no entienda de estas cosas, tampoco entenderá de economía ¡y viceversa!