Pongámosle números
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
Sub/versiones – La Nación: Costa Rica, jueves 3 de febrero, 2004
Decíamos que hay ciertas inversiones que una empresa o un país no puede darse el lujo de no hacer. Y a quienes frenan tales inversiones los diagnosticamos – con perdón de los buenos contadores – de miopía contable. Rafael Carrillo Zürcher retoma el guante (ver más abajo), y argumenta que si algo le faltó a la empresa de mi ejemplo fue un buen gerente que pusiera las cosas en su correcta perspectiva. Además – agrega – mi ejemplo le queda abismalmente corto a la realidad, pues el país está muy endeudado y el servicio de esa deuda tiene un gran impacto sobre la inflación, que es el peor enemigo de los pobres. Cada centésimo de aumento en el índice de inflación – dice Carrillo Zürcher – representa un cierto número adicional de familias a las que el ingreso no les alcanzará para satisfacer sus necesidades básicas, por lo que sus hijos “crecerán al margen de las oportunidades de que otros gozan y cuya reincorporación positiva a la sociedad será cada vez más difícil y onerosa. Un considerable costo de oportunidad, bien entendido.”
¿Puede haber algo peor para esas familias pobres que la inflación que carcome sus ingresos?
Lamentablemente, sí: no tener ingresos o tener ingresos tan precarios que, con o sin inflación, no les alcancen para vivir decentemente. En Costa Rica, el mayor riesgo de pobreza lo enfrentan aquellas familias en las que ninguno de sus miembros tiene empleo o, si lo tienen, es un mal empleo. La mayoría de nuestros pobres son los desocupados, los campesinos, los asalariados en actividades agrícolas de bajo rendimiento y los que no encuentran otra forma de subsistencia que los mal llamados autoempleos informales. Y no estamos mejorando: en los últimos trece años el empleo formal y de mayor productividad creció en un 68% mientras el informal y de baja productividad se duplicó, creciendo en un 99%. Eso es grave, ya que la reducción del empleo agropecuario que hemos vivido se ha compensado con un aumento en la participación de los empleos informales, que pasaron de ocupar al 29% de los trabajadores en 1990 al 34% en el 2003.
Por supuesto, hay que sanear las finanzas públicas y reducir la inflación, pero hay que hacerlo bien: potenciando el crecimiento, no inhibiéndolo. Es muy fácil tener cero inflación y cero crecimiento. Cero déficit y cero crecimiento. Cero deuda y cero crecimiento. Está bien que a Carrillo Zürcher le preocupe “cada centésimo de aumento en el índice de inflación” pero lo correcto sería que le preocupara tanto o más cada centésimo en que aumente el índice de desempleo y, sobre todo, el empleo informal, el empleo precario, ese falso empleo de baja productividad y peor ingreso al que se ve empujada la gente cuando la miopía contable los enfrenta a una economía frenada por la falta de inversión. La tarea pendiente, sobre todo para el Ministerio de Hacienda, es más que clara: abandonemos de una vez por todas la retórica, pongámosle números a los distintos costos de oportunidad – al costo de invertir y al de no invertir, al de la inflación y al del mal empleo – y actuemos en consecuencia. Porque lo que sí le ha quedado abismalmente corto al país es el gerente capaz de determinar cuánto estamos dejando de ganar por no hacer lo que tenemos que hacer… ¡y hacerlo!