Por ojo, cien ojos
Leonardo Garnier

Sub/versiones - LA NACION, Diciembre 6, 2001
Las bombas caen igual sobre escuelas que sobre los cuarteles enemigos. Muertos son muertos, y si son muertos ajenos, muertos enemigos, tanto mejor. No importa si son niños o soldados, civiles o terroristas. Son enemigos y están bien muertos. Tampoco importa que esas muertes nos alejen de cualquier acuerdo posible. Más bien parece que lo que se busca es alejarse de la posibilidad de cualquier acuerdo, como si cualquier acuerdo fuera peor que la preservación de la violencia, que la escalada de la muerte. ¿Por qué?
Desde el siglo XV – aún antes del descubrimiento de América – y hasta la I Guerra Mundial, Palestina, poblada por tribus nómadas de religión musulmana, estuvo bajo el control del Imperio Otomano. Se les ofreció la independencia a cambio de su apoyo en la lucha contra los turcos, pero fueron traicionados: tras la guerra, el Imperio Otomano había caído, pero Palestina quedó bajo control británico y, poco después – respondiendo a una iniciativa del pueblo judío – se empezó a promover la emigración hebrea a Palestina, dando inicio a la confrontación de la comunidad palestina con los nuevos colonos. El conflicto se agrava al final de la II Guerra Mundial cuando – como una forma de compensar al pueblo judío por el Holocausto nazi – la ONU establece en 1948 la partición de Palestina y la creación del Estado de Israel y el estado palestino. El primero fue proclamado de inmediato; el segundo… se quedó en el papel y los palestinos se vieron forzados al éxodo o a vivir en lo que, para ellos, resultaba una clara ocupación de su territorio. Esto originó la primera guerra árabe-israelí.
En 1967, ante la ofensiva de una alianza entre Egipto, Siria y Jordania, que amenaza la salida de los barcos israelíes al mar Rojo, se desencadena la Guerra de los Seis Días que conduce a la ocupación israelí de la península del Sinaí, de los altos del Golán y del resto del territorio palestino constituido por Gaza y Cisjordania. En 1973, mientras los judíos celebran el día del perdón, Egipto y Siria lanzan un ataque sorpresa: fue la Guerra del Yom Kipur mediante la cual los países árabes recuperan parte del Golán. En esos años, la OLP llega a ser reconocida por la ONU como representante legítima del pueblo palestino y se inicia un largo proceso de negociaciones en el que, además de Israel y los palestinos, participan otros países árabes – sobre todo Egipto – y los Estados Unidos.
A pesar de los diversos acuerdos – desde Camp David hasta Madrid y Oslo – el conflicto sólo se aquieta para agravarse nuevamente, una y otra vez. En 1987, la población palestina de los territorios ocupados de Gaza, Cisjordania y Jerusalén se levantó a pedradas contra el ejército israelí: fue la primera Intifada, en la que se contabilizaron 942 víctimas mortales: 896 palestinos y 46 israelíes.
A fines de los noventas hubo nuevos avances en las negociaciones. Los árabes ya reconocían el derecho a la existencia del Estado de Israel, e Israel aceptaba proceder al retiro gradual de los territorios palestinos ocupados. Seguía habiendo temas espinosos – como el status de la ciudad de Jerusalén – y, en ambos bandos, los grupos extremistas y fundamentalistas boicoteaban el proceso. En septiembre del 2000 Ariel Sharon provoca a los palestinos al visitar la Explanada de las Mezquitas para reivindicar el lugar en nombre del judaísmo. Se desata la segunda Intifada, nuevamente con centenares de muertos. A Sharon, la jugada le funcionó de maravilla: lo convirtió en jefe de Estado. Más que buscar la paz mediante la negociación, Sharon parece buscar el triunfo de sus tesis mediante la provocación y la confrontación, y ni siquiera parece bastarle la Ley del Talión: ojo por ojo, diente por diente. Para él, son cien ojos por cada ojo, cien vidas por cada vida, sin importar si eso nos acerca o nos aleja del final de esta locura y sin importar quién tiene, o quién tuvo la razón – si es que alguien alguna vez la tuvo. Ni siquiera es cuestión de vida o muerte: es cuestión de muerte o muerte. Es la lógica de los violentos que se perpetúa.