Refundar la socialdemocracia figuerista
Leonardo Garnier

Sub/Versiones – LA NACION: Jueves 25 de Julio, 2002
Las ideologías no existen a secas y, en el caso de Liberación Nacional, tenemos que hablar de una ‘socialdemocracia figuerista’ para la que el reto siempre fue claro: ¿cómo construir, en estas latitudes, una democracia dinámica de clase media? Para ello, era necesario vincular una política de ingresos crecientes con un proceso igualmente creciente de la productividad en las fincas, en las fábricas, en los negocios. De esta manera, decía don Pepe, ‘el trabajo se valoriza, y el hombre – la gente – se dignifica’. Esto exigía entender la democratización de las oportunidades como instrumento de dinamización económica tanto como de integración y movilidad social. Desde la óptica liberacionista, la sociedad se integraba por el medio, no por los extremos. Era una apuesta audaz por una política económica activa e incluyente y una política social universal, en vez de la apuesta que espera pasiva por el goteo y se resigna a la focalización de la asistencia social.
La sociedad costarricense se identificó con este planteamiento – o ese planteamiento interpretó correctamente el sentir de la sociedad – y, por varias décadas, se avanzó por esa vía. Sin embargo, el éxito fue mayor en lo social que en lo económico: mejoró mucho más el ingreso, la esperanza de vida, la educación y la salud, la seguridad, la infraestructura, la institucionalidad y los derechos, que el dinamismo de la productividad. Ante el peso de ciertos intereses, la política económica se sesgó hacia la protección de rentas y ganancias seguras más que hacia la competitividad genuina. El modelo se hizo insostenible: nuestra economía era incapaz de financiar la calidad de vida a la que los costarricenses, justamente, aspiraban. En lugar de enfrentar el reto exigiendo el aumento de la productividad – y el pago de impuestos – pasamos a vivir de a prestado. A fines de los setenta la crisis nos cayó encima y, a partir de 1982, el PLN se vio enfrentado a la necesidad imperiosa de estabilizar la economía y evitar un descalabro social. Aunque el ajuste fue relativamente exitoso, el proyecto liberacionista se vio desdibujado: había pasado a la defensiva.
El PLN, además, vivía un conflictivo relevo de los liderazgos históricos. Dentro de esa lucha, algunos intentaron controlar el partido ganando adeptos mediante una falsa democratización, profundizando así la bifurcación: ¿partido político o maquinaria electoral? ¿movimiento político nacional o sindicato de intereses particulares? Hasta fines de los noventa, la alternabilidad en el poder al menos mantuvo viva la tensión, y evitó que la esquizofrenia fuera total. Como gobierno – o futuro gobierno – el PLN seguía obligado a combinar sus proyectos de desarrollo con las limitaciones financieras y políticas del momento. Pero el gremialismo y las divisiones internas finalmente prevalecieron y hoy, ‘liberado’ – tras dos derrotas consecutivas – de la responsabilidad de gobernar, el PLN parece haber sido capturado por su propia maquinaria, por su propia estructura corporativa que se niega a reconocer que el momento histórico exige una refundación del partido como un genuino movimiento social-demócrata figuerista. Hay fuerzas y personas dando la pelea desde distintas trincheras… pero la resistencia es grande y mezquina. ¿Estaremos a la altura de los tiempos? ¿Tendremos tiempo?