Será sucia
Leonardo Garnier

Sub/versiones – LA NACIÓN: 25/10/01
Esta es una columna pesimista: la campaña electoral va a ser sucia, no hay cómo evitarlo. De hecho, la campaña sucia ya empezó: hemos oído sobre lo que dijo o no dijo el candidato socialcristiano de las migraciones nicaragüenses; los cuestionamientos sobre el modus vivendi del candidato liberacionista; los recuerdos de cuando el candidato socialcristiano invadió Costa Rica con tropas somocistas; la muy oportuna reedición del caso Alem y de sus supuestos vínculos con Araya; las referencias a un poema en el que Pacheco habla de haber matado a un fulano; los escándalos sexuales de Dick Morris, asesor arayista; o las supuestas agresiones irascibles de don Abel. Si esto es sólo el principio... ¿para dónde iremos?
Lo peor, es que no parece que las cosas puedan ser distintas. ¿Sería posible, por ejemplo, que alguno de los candidatos decida hacer campaña limpia, sin ofensas abiertas o encubiertas, concentrándose en los temas sustantivos, en los problemas del país y cómo resolverlos? No, me temo que no es posible. Nos guste o no, la campaña sucia funciona: es un caso típico del ‘dilema del prisionero’ pues aunque lo mejor sería que ninguno la usara, ambos saben muy bien que si ellos no la usan y su oponente sí, ganaría el que la use. Por eso, basta el temor de que el otro use la campaña sucia... y gane, para que los dos se sientan obligados a usarla. Sólo si la campaña fuera tan dispareja como para que uno de los candidatos no se sintiera amenazado por los ataques, sería posible salirse de este dilema en que ambos son ‘prisioneros’ de la campaña sucia. Pero va a ser pareja... y sucia.
Y esto aplica hasta a los emergentes que, si amenazan con influir de manera decisiva en el resultado electoral, también recibirán su dosis de basura (ya circulan ‘rumores’ iniciales). Ellos mismos podrían caer prisioneros de este juego... al fin y al cabo, los ataques a la moral y politiquería de los otros parecen pagar buenos dividendos políticos, aunque sea ensuciando a los otros a nombre de la decencia. A la gente parece gustarle ese tono inquisidor.
¿Podría haber un acuerdo para desterrar, entre todos, la campaña sucia? Sí... en teoría. Pero en los hechos, como la elección es un evento único e irrepetible, todos tendrían incentivo suficiente para violar cualquier acuerdo, ganar, y luego –si hiciera falta—pedir disculpas y pagar multas. Tal acuerdo sólo funcionaría si el fuera realmente ‘obligatorio’ y hubiera un árbitro con suficiente poder como para sacar algo más que tarjetas amarillas. El TSE tendría que descalificar al que hiciera campaña sucia, expulsándolo de la elección. Pero... ¿qué hacer si la campaña sucia viene de un tercero, de un pío pío, de un periódico, de un ciudadano cualquiera...? Es más, con penas tan severas, los propios candidatos se verían tentados a provocar campaña sucia contra ellos mismos, buscando la descalificación del otro. No, creo que no hay remedio: vamos a tener campaña sucia. Nadie puede evitarlo. Nadie –digo—excepto si a los votantes no nos gustara la campaña sucia. ¿Será que, en el fondo, nos gusta?