Sin parche en el ojo
Leonardo Garnier

Sub/Versiones – LA NACION: Jueves 5 de Setiembre, 2000
‘Bajar’ canciones de Internet y ‘quemar’ discos se ha convertido en el principal hobby de mucha gente – jóvenes, en especial, pero no solo. Según se denuncia, estos modernos piratas navegan las aguas ambiguas del espacio virtual, provistos de sofisticados armamentos – nápsteres, morpheus y KaZaAs – apropiándose de tesoros ajenos y despojando a los músicos de su más preciada propiedad: la propiedad intelectual, creativa, artística… condenándolos sin duda a la miseria si insisten en su oficio. Al cercenar con sus garfios cibernéticos la propiedad artística, provocan el agotamiento de las fuentes creativas que, se nos dice, sólo florecen y rinden frutos mediante la venta segura y controlada de sus obras trocadas en mercancías: en sus cajitas plásticas, envueltas en celofán y a seis o siete mil pesos.
Al menos eso es lo que quieren que creamos quienes pretenden que ni los discos compactos se puedan ‘quemar’ ni las canciones se puedan ‘bajar’. Si alguien quiere oír una canción… ¡que pague por el disco! Al fin de cuentas, los músicos tienen derecho a vivir de su creación… ¿no? Y ¿cómo van a recibir sus ganancias si piratas como usted les roban sus creaciones?
Claro, todo tiene sus bemoles – y más cuando de música se trata. Porque eso de que uno no pueda grabar algunas piezas del disco que compró, que no pueda armar ‘antologías’ con sus canciones favoritas, que no pueda tener una copia extra para escuchar en el carro o en la computadora… no parece muy razonable. Hasta ahora, las leyes permitían tales grabaciones para uso personal. Las nuevas tecnologías y leyes ‘anti-piratería’ que recorren el mundo buscan eliminar tales usos y cerrar los canales para escuchar y bajar canciones… ¿para beneficiar a quién?
No, por cierto, a los consumidores, que tendrán que seguir pagando seis o siete mil pesos por discos cuya producción – incluyendo el pago a los músicos – no cuesta más de mil pesos. ¿Favorecerá, entonces, a los músicos? No creo. Más bien los mantiene prisioneros del actual esquema. Un esquema en el que sólo existen cuatro grandes corporaciones – Sony, AOL/Time/Warner, Universal y BMG – que controlan el negocio de la música en el mundo. Un esquema en el que sólo el platino se considera exitoso. Un esquema en el que los contratos configuran un régimen cercano a la esclavitud, donde la ‘propiedad’ no pertenece al intelecto, al artista, sino a la empresa que lo controla. Un esquema que produce y descarta música – y músicos – tan pronto como la rentabilidad inmediata lo aconseja. Un esquema que, payola en mano, cierra y bloquea los canales de distribución y difusión a quienes no forman parte del esquema.
Es de ahí, del temor a perder el control de un gran negocio – y no de la defensa de la música y los músicos –, que surge el ataque a los ‘piratas’ que copian y bajan canciones sin pagar. Los asusta que la gente pueda escuchar mucho más de lo que la industria ofrece, que pueda conocer, degustar, compartir mucha música nueva y vieja, que no entra o ya salió del catálogo mercantil y, sobre todo, que no tiene el sobreprecio glotón de los discos actuales. Eso es lo que realmente temen estas empresas que, viéndolo bien… ¿no son los verdaderos piratas, sin parche en el ojo?