Te lo dije...
Leonardo Garnier

Sub/Versiones – LA NACION: Jueves 13 de febrero, 2003
A partir de los años cincuenta, presionados por el deterioro en sus términos de intercambio fruto – como bien analizó Raúl Prebisch – de esa desventaja crónica que parecía afectar a los bienes agrícolas y minerales frente a los bienes industriales, muchos países de América Latina recurrieron a una estrategia de desarrollo basada en la sustitución de importaciones: establecieron aranceles a las importaciones industriales, sobrevaluaron sus tipos de cambio, hicieron importantes inversiones en infraestructura y promovieron diversos esquemas de promoción productiva. El desarrollo hacia adentro, como erróneamente se llamó a la estrategia, no pretendía ser tal, sino una etapa de transición hacia una inserción más inteligente en la economía internacional.
La estrategia, sin embargo, no funcionó. En el contexto latinoamericano, la protección se convirtió rápidamente en una nueve fuente de ‘rentas’ que, en lugar de promover, vino a frenar el avance en la productividad necesario para que la industrialización pudiera consolidarse como en efecto se consolidó en los países del sudeste asiático, que resultaron mucho mejores alumnos de Prebisch que los propios latinoamericanos. Con el tiempo, los desequilibrios financieros más bien se agravaron, pues al tradicional déficit externo se agregó el costo fiscal y monetario de una industrialización trunca que demandaba gastos crecientes al tiempo que se mostraba reacia a tributar. El crecimiento se estancó en los años setenta mientras la inflación ascendía a rango estructural y la crisis asomaba amenazante. El mundo desarrollado, generoso – es un decir –, nos ofreció plata prestada, mucha plata, plata barata y sin condiciones. Pero la crisis seguía avanzando. Cuando las tasas de interés subieron, la tabla de salvación del endeudamiento fue la carlanca que terminó de hundir a los países en una situación financieramente insostenible.
Vinieron entonces los diagnósticos y te-lo-dijes. Con ellos, vinieron también los nuevos préstamos. Ya no abundantes. Ya no baratos. Ya no incondicionales. Eran préstamos de ‘estabilización y ajuste’ que se otorgaban siempre que los países aceptaran volver al buen camino, ponerse en orden, olvidar los viejos esquemas proteccionistas, industrializantes, intervencionistas… y se concentraran en abrir, liberalizar, desregular y privatizar sus economías, abandonando el sesgo antiexportador de la industrialización sustitutiva y reencontrando sus ‘ventajas comparativas’. “Exportemos, porque exportar es bueno” rezaba un aviso de esos años en nuestras autopistas. La respuesta, según la nueva – o vieja – ortodoxia, estaba en el libre comercio: fuera los aranceles, fuera los subsidios, fuera la mano visible del Estado.
Y los países tomaron los préstamos. Y los países impulsaron las reformas. Y los países empezaron a exportar nuevos productos – flores, helechos, melones – porque exportar es bueno, y porque el libre comercio, y porque… Esta semana, la Unión Europea reestablece los aranceles que castigan las exportaciones de melones, helechos, flores, forrajes y otros productos que Costa Rica, Colombia y otros países de América Latina, venían exportando con éxito hacia el mercado europeo. ¿Qué diría Raúl Prebisch?