¿Tendremos derecho a celebrar?
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
Sub/versiones – La Nación, Costa Rica: jueves 14 de abril, 2005
Walker buscaba mano de obra barata en Centroamérica, trabajadores que sustituyeran la mano de obra esclava que desaparecía en su propio país. Hoy, a 149 años de la gesta que condujo a su expulsión de nuestros países, si algo abunda en ellos es precisamente eso: mano de obra barata. Más de dos terceras partes de la mano de obra centroamericana trabaja en actividades de baja productividad y, por supuesto, de bajos ingresos. Más aún, ante la ausencia de oportunidades en su propia tierra, varios millones de centroamericanos se han visto obligados a emigrar al norte para poder enviar a sus familias unas remesas que, en algunos países, constituyen ya la mayor fuente de divisas: su principal exportación es la exportación de gente. Por eso, hoy, 149 años después… ¿tendremos derecho a celebrar?
Y no se trata aquí de hablar contra el comercio y la apertura, ni contra los dólares que sí lograron lo que las balas no, ni contra este o aquel tratado firmado o por firmar. No. Se trata de algo más simple y profundo: nuestra incapacidad para construir una economía donde la gente pueda trabajar en empleos decentes, empleos dignos, empleos productivos, empleos bien remunerados. No hemos podido. Hemos fracasado por partida doble. Por el lado de la oferta de mano de obra, nuestros países exhiben un cuadro desalentador. Iniciándose el siglo XXI y en plena revolución del conocimiento, tres cuartas partes de la fuerza de trabajo centroamericana no ha completado siquiera su educación media, casi un 60% apenas terminó su primaria y un 40% ni eso. En las zonas rurales, donde se concentra la peor pobreza, la situación es más dramática: un 60% no terminan la primaria y apenas un 20% tienen alguna educación secundaria. Y no hablemos de calidad, porque ya sabemos.
Pero también pecamos por el lado de la demanda: un 11% de los trabajadores centroamericanos que sí pudieron terminar la secundaria, se encuentran desempleados. Mientras a la mayoría no se les brinda suficiente educación, tampoco hay suficientes empleos para los que se logran educar. Así, ante la carencia de educación y la ausencia de empleos productivos, la opción obligada – valga la paradoja – para la inmensa mayoría de los trabajadores y trabajadoras centroamericanos es muy clara: como no pueden darse el lujo de permanecer desempleados, tienen que refugiarse en eso que algunos llaman ‘sector informal’ o ‘autoempleo’ y que no es más que su única forma de subsistir, su ‘peor es nada’. ¡Por eso no es mayor el desempleo! Y no estamos mejorando: en todos nuestros países, sin excepción, los empleos de baja productividad y bajos ingresos están creciendo más rápido que los de mayor productividad e ingreso. Mientras esta tendencia no se revierta, la verdad es que no, todavía no tenemos derecho a celebrar.