Todo está en orden, Mukhtar, todo está en orden
Leonardo Garnier

Sub/versiones – LA NACIÓN, Julio 11, 2002
Consumada la sentencia, todo lo que pudo hacer fue recoger a su hija desnuda y acompañarla a casa entre las miradas de la multitud, silenciosa y culpable. Así lo reportó la prensa. Y todo por lo que pudo haber hecho un niño de doce años. Nada hice, nada, ¿por qué se ensañan con ella, si nada hice? Pero no importa si lo hizo o no. Abdul, de la tribu Guijar, fue visto en la calle con Salma Bibi, una mujer de 22 años de la tribu Mastoi, de casta superior. Una ofensa imperdonable por la que el pequeño recibió una paliza brutal a cargo de la familia de su presunta amante. Pero la familia de Salma no se dio por satisfecha y acudió a la jirga, el tribunal popular. Nuestro honor sólo puede ser restituido si hacemos caer en desgracia a una de las hermanas del chico.
La jirga recibió la denuncia y ordenó al campesino Ghulam Fareed, padre de Abdul, que ofreciera a una de sus hijas. Le tocó a Mukhtar, la mayor de ellas, una maestra de dieciocho años. La jirga sentenció: Mukhtar debe ser violada, violada, violada, violada: cuatro veces violada debe serlo. ¿Yo, violada? ¿Cuatro veces violada? Si mi hermanito no hizo nada… ¿Por qué? Y, aunque… ¿por qué yo? Pero no importa si él lo hizo o qué hizo. Tampoco importa si Mukhtar se resiste, si reniega, si protesta. Me arrodillé ante ellos, lloré, les dije que yo había enseñado el Corán a los niños del pueblo y que no podían castigarme por un crimen que yo no había cometido. Cuatro veces deberá ser violada para restituir el honor de una familia de casta superior.
Más de quinientas personas rodean la casa de barro esperando, ansiosas, la ejecución de la sentencia, el espectáculo. Rogué y supliqué, pero eran como animales. Afuera, la gente. Uno puso la pistola en mi cabeza mientras los otros me arrancaban la ropa. Afuera, esperaban. Me violaron uno por uno. Afuera, risas y carcajadas. ¿No se escuchan mis gritos, no se sienten los temblores de mi cuerpo desgarrado? Afuera, la policía controla las turbas. No las dispersa, sólo las ordena. ¿Nadie los detendrá? Afuera, impotente, rodeado de miembros armados de la tribu Mastoi, Fareed se traga su rabia mientras escucha perfectamente los gritos de su hija siendo violada, violada, violada, violada por los cuatro ejecutores de la sentencia: dos hermanos y un primo de Salma Bibi y uno de los miembros de la jirga.
La familia de Mukhtar permaneció una semana paralizada por el miedo y la impotencia. Presentar una denuncia podría haber reavivado las represalias de la tribu Mastoi, mucho más influyente. Pero ahora todo está en orden. La noticia recorrió el mundo y el gobierno de Pakistán ha ofrecido a Mukhtar un cheque de 500.000 rupias, unos $8000. Me arrancaron la ropa y me violaron uno por uno. Los tribunales populares o jirgas no tienen ningún carácter oficial en Pakistán, pero mucha gente acude a ellos para resolver lo que ellos llaman asuntos de honor. Rogué y supliqué. La policía arrestará a los culpables. La condena por la infidelidad femenina, real o imaginaria, es a menudo la muerte. Pero eran como animales. Más de trescientas mujeres son asesinadas cada año en Pakistán, en nombre del honor. He pensado en suicidarme pero, ahora, quiero verlos colgados. Ocho mil dólares. Cada seis horas hay una violación en el Punjab. Todo está en orden. Otra muchacha de la misma región se suicidó hace unas semanas, luego de haber sido violada. Todo está en orden.