Todos somos inmigrantes
Leonardo Garnier
Leonardo Garnier Sub/versiones – La Nación, Costa Rica: jueves 6 de octubre, 2005
Inmigrante, hijo de inmigrante, nieto, bisnieto o tataranieto de inmigrante... eso somos casi todos: por algún lado, más reciente o más lejano, todos cargamos entre pecho y espalda un inmigrante. Mi abuelo, inmigrante. Mi suegra, inmigrante. Mi bisabuelo, inmigrante. Tútile, nica y franchute, todos revueltos de buena gana con criollas y criollos de San José, San Ramón y Esparza; criollos que a su vez guardaban en sus genes y en su memoria la herencia de algún otro inmigrante, español probablemente – o judío o árabe, que muchos huyeron de España hacia estas tierras – mezclados a su vez con sangre indígena, de esa que ahora casi ni recordamos, pero que fue la savia originaria de estas tierras, hoy mestizas y enriquecidas por el choque y la mezcla de tantas sangres y culturas, trabajos y sabores, recuerdos, olores y colores. Inmigrantes de ayer y de hoy, como mis sobrinos: inmigrantes unos, otros nietos de inmigrantes – trigo y cacao – herencia catracha, nica y germana que hoy, tica, juega en los mismos patios, come en las mismas mesas, estudia en las mismas aulas.
Inmigrantes somos todos, debiéramos decir cuando alguien – ignorante o insensible – se queja de los inmigrantes; que es como quejarse de uno mismo, de su abuela o ¿quién sabe? de las propias hijas o las nietas que algún día podrían ser inmigrantes que alimenten y se alimenten en otras tierras, a las que darán hijos y nietos de inmigrantes. Inmigrantes somos todos. Arrastramos la historia del mundo en nuestras venas y más vale que lo entendamos bien si pretendemos entendernos. Por eso, esta semana en que se han reunido en Costa Rica expertos en migraciones a discutir “cómo unificar criterios en torno a las políticas migratorias en Centroamérica”, debiéramos repetir insistentes y cansones que inmigrantes somos todos. Nicas todos. Catrachos todos. Chapines todos. Todos colombianos y cuscatlecos; ticos y panameños.
Pero no habría que detenerse en Centroamérica, porque si los centroamericanos somos todos inmigrantes – hoy de aquí, ayer de allá - ¿no debieran gritar también nuestros primos que ellos son tan inmigrantes allá como nosotros aquí? Yo quisiera ver a los franceses decir, de verdad, somos argelinos; a los españoles, somos sudacas, somos moros, somos marroquíes – y vascos y madrileños y catalanes –; a los gringos decir somos latinos y africanos – y apaches y comanches y mohicanos –; a los holandeses sentirse antillanos; a los alemanes, egipcios; y a los judíos y a los árabes – primos hermanos – sentirse árabes y judíos. Sentirnos todos chinos, todos japoneses, todos indios, todos inmigrantes. Que cuando todos nos sintamos inmigrantes – sólo entonces – nos sentiremos todos en casa en cualquier parte. Entonces, con un poco de vergüenza y mucha alegría, derribaremos las casetillas migratorias en todas las fronteras. Tal vez dejemos alguna, de recuerdo – y de advertencia