Tras que es poco, mal repartido
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
Sub/versiones – La Nación, Costa Rica, jueves 24 de febrero, 2005
Ni tan mal, ni tan bien, así estamos... decíamos la semana pasada. Ya sea que hablemos de niveles de ingreso, de calidad de la educación, de telecomunicaciones o hasta de carreteras, no estamos tan mal como los que están realmente mal, ni tan bien como los que están mejor. ¿Por qué? ¿Por qué algunos países – incluso pequeños como Finlandia, Dinamarca o Noruega – han logrado estar tan bien... pero nosotros no? Aparte de las diferencias más obvias, hay una que me parece crucial: son países que han logrado un balance notable entre productividad y distribución, entre dinamismo y cohesión. Para entenderlo, sigamos jugando con los números.
Para empezar, son países con mayor productividad que nosotros. Haciendo ajustes por diferencias de precios tenemos que grosso modo el ingreso por habitante de Finlandia, Dinamarca y Noruega es tres veces el de Costa Rica que, a su vez, es dos veces el de El Salvador. Mientras aquellos alcanzan unos $30.000 anuales por habitante, nosotros nos acercamos a los $10.000 y en El Salvador rondan los $5.000. Pero lo grave es que no solo tenemos un ingreso menor, sino que lo distribuimos mucho más desigualmente. Mientras que en esos países europeos el quinto más rico nunca llega a recibir dos quintas partes del ingreso, en América Latina, el quinto de arriba nunca recibe menos de la mitad del ingreso nacional: el 52% en Costa Rica, el 57% en El Salvador, el 62% en Chile. Somos más pobres, sí, pero también mucho menos solidarios. Mientras el 20% más pobre recibe casi el 10% del ingreso en aquellos países, en nuestro continente nunca llega al 5%: en Costa Rica recibe un 4.2%, en Chile el 3.3%, en El Salvador el 2.9%.
Así, nuestros pobres no sólo tienen la desgracia de vivir en países con escuálidos ingresos sino que, tras cuernos, les recetamos palos: de ese magro ingreso, reciben apenas una migaja. El resultado es obvio: mientras los pobres europeos reciben un ingreso promedio anual de casi $3000, los ticos pobres reciben apenas unos $400 y los pobres salvadoreños reciben menos de $150 anuales: unos cuarenta centavos de dólar al día. Agréguele a esto la diferencia en acceso a servicios públicos de calidad, de los que hablamos en la columna pasada, y el cuadro estará claro: mientras unos países se especializan en ganar – como decía Galeano – otros se especializan en perder. Mientras los pequeños países europeos han hecho una apuesta sólida por combinar productividad y distribución, América Latina ha jugado a la ruleta rusa: renunciando al dinamismo y la cohesión, le hemos apostado a la perpetuación de la pobreza.
Nosotros, muy a la tica, nos encontramos atrapados a medio camino: cuando le apostamos a la cohesión, lo hicimos descuidando la productividad; hoy intentamos apostarle al dinamismo, pero lo hacemos descuidando la distribución. ¿No es hora ya de que lo entendamos? Sin dinamismo, la cohesión nos hunde. Sin cohesión, el dinamismo nos parte en dos. Juntos, dinamismo y cohesión se refuerzan recíprocamente. Sólo así.