Tuvieron voz... y tuvieron voto
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier Sub/versiones (ampliadas): La Nación, Costa Rica, jueves 22 de diciembre, 2005
Conozco poco de Bolivia pero las imágenes son tal claras como cuando estuve ahí por primera vez. Me impactó la pobreza masiva que se vivía en La Paz, una pobreza de un único rostro: un rostro indígena que aparecía apocado, casi avergonzado, en cada rincón y recoveco de la ciudad. Pero más me impactó un rumor rítmico y sordo que se fue haciendo grande y que, al acercarse, se convirtió en una escena impresionante formada por miles y miles de indígenas cocaleros marchando interminables, inagotables, imperturbables por las calles, con su bolsita de hojas de coca al cinto y pidiendo simplemente que los dejaran hacer lo que habían hecho por siglos: cultivar la hoja que forma parte de su cultura, de su vida cotidiana y que les ayuda, literalmente, a sobrellevar la pesada carga de su vida.
¿Qué culpa tenían ellos de que en otras tierras algunos usaran los derivados de su planta como una droga para sobrellevar también el poco sentido de sus vidas en plena sociedad de consumo? ¿Qué culpa tenían ellos de que la droga se hubiera convertido en un multimillonario negocio ilegal – y por eso más grande y criminal – que atraviesa todas las esferas sociales y cruza con facilidad tanto las fronteras como los diversos estratos e instancias gubernamentales? ¿Qué culpa tenían ellos de que sus hojas se hubieran visto, de pronto, entremezcladas con el narcotráfico y el narcotráfico con la geopolítica, haciendo de ellos algo menos que peones y algo más que víctimas? Sus protestas caerían, una vez más, en oídos sordos. La siembra de coca había pasado a ser penada y perseguida; los cultivos de la hoja, junto con todos sus otros cultivos – su comida, su sustento – empezaron a ser fumigados con tóxicos en forma indiscriminada e insensible, forzándolos a moverse a otros y otros terrenos, hasta que, también, llegaba ahí el narco y, tras él, las fumigaciones y el ejército. ¿Era tan difícil entender su tragedia?
Bolivia es uno de los países más pobres de América Latina, un continente cuyos habitantes originarios habían pasado a ser extraños en su propia tierra, empobrecidos, excluidos, menospreciados, obligados a ir perdiendo su historia y su memoria conforme la modernidad les iba cerrando prácticamente todos los espacios sin abrirles mayores opciones. En Bolivia, hay cuatro tractores por cada mil trabajadores agrícolas; casi un 70% de los trabajadores y trabajadoras bolivianas está ocupado en actividades de baja productividad y aún más baja remuneración. Apenas 32 de cada mil bolivianos hacen uso de Internet. Dos palabras curiosamente parecidas – indígena e indigente – se tornaron prácticamente en sinónimos. ¿Casualidad? El 62% de los bolivianos son pobres (80% de los que viven en zonas rurales) y casi el 40% viven en condiciones de indigencia (63% en las zonas rurales).
Pero Bolivia no es solo uno de los países más pobres de América Latina, sino uno de los más desiguales: mientras el 20% más pobre subsiste con un mero 1.5% de la riqueza nacional, el 20% más rico se apropia tranquilamente del 65% de esa riqueza. Estas diferencias se vuelven aún más grotescas ante la carencia de servicios sociales para la mayoría de la población. Más de un tercio de los niños no han sido inmunizados contra el sarampión; sólo un 65% de los nacimientos son atendidos por personal calificado; un 27% de los niños menores de 5 años presentan desnutrición crónica; la mortalidad infantil todavía supera los 50 por mil nacidos vivos; sólo un 45% de la población tiene acceso a servicios sanitarios básicos (apenas un 23% de la población rural). Pobreza, desigualdad, carencia de inversión social... todo esto, en fin, se resume en una esperanza de vida al nacer que es de apenas 64 años en Bolivia: quince años menos que en Costa Rica. ¿Cómo habrán de vivir para morirse quince años antes?
Por eso nadie parece sorprendido de que aquel rítmico rumor se hiciera cada día más sonoro y que Evo Morales, cocalero, político callejero y campeón de los derechos indígenas sea hoy, por derecho propio, el presidente electo de Bolivia. Un indio aymara que supo ganarse no solo el apoyo de ‘los suyos’ sino también el de una clase media descontenta con las élites tradicionales que succionaron la riqueza de Bolivia sin interesarse nunca por construir una sociedad en la que todos, especialmente los descendientes originarios de esas tierras, tuvieran derecho a una vida decente, a tener voz y a tener voto para jugar el papel que les corresponde en la definición del futuro de ese que es también su país. Sobre todo de ellos. Ya habrá tiempo para hablar de los retos y peligros, que no son pocos ni pequeños y que vendrán tanto de arriba y de fuera... como de abajo y de dentro. No olvidemos que cuanto mayor es la ilusión que se despierta, mayor es también la responsabilidad que se asume. Pero hoy, como en fiesta, es día de celebrar.