Una segunda opinión, por favor
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
Sub/versiones – La Nación, jueves 16 de junio, 2005
Cuando un médico nos propone un tratamiento delicado, caro, peligroso, algo así como una operación riesgosa y de resultado incierto, todo el mundo – hasta el médico – está de acuerdo en que, antes de proceder, lo más sensato es recurrir a una segunda opinión, ya que podría haber desde errores en el diagnóstico hasta problemas con la receta. El tratamiento podría salvarnos... o matarnos; y podría haber opciones mucho más sensatas, seguras y baratas. Hoy, el paciente es nuestro propio sistema de salud que, con sus virtudes innegables, padece de males que requieren atención urgente. El Dr. Alberto Sáenz Pacheco, Presidente Ejecutivo de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), ha adelantado algunas ideas de diagnóstico y tratamiento en su “Agenda Estratégica de la CCSS”. Como los problemas que identifica son graves y el tratamiento que propone es severo, la propuesta – que ha levantado un polvorín – sin duda, amerita de todas las segundas y terceras opiniones posibles.
Por casualidad, el Dr. Paul Krugman – no, no médico, sino economista – ha venido escribiendo sobre el mismo tema en su columna del New York Times; bueno, casi el mismo tema: la crisis del sistema de salud en los Estados Unidos. Paradójicamente, mientras los diagnósticos son muy parecidos – costos crecientes de los servicios de salud que atentan contra la sostenibilidad financiera del sistema – los tratamientos propuestos por los Drs. Sáenz Pacheco y Krugman son radicalmente distintos, más bien, exactamente opuestos. Mientras que la propuesta de don Alberto podría empujarnos hacia un esquema parecido al de los Estados Unidos – con un sistema público básico para todos, un sistema medio sólo para los asegurados y un sistema sofisticado para quienes puedan pagarlo, combinando el esquema público con una creciente competencia privada y costos diferenciados según el riesgo de cada paciente – el pobre Mr. Krugman más bien sueña con que su país pudiera tener, al menos, lo que hoy tiene Costa Rica: un esquema de seguridad pública universal que, al depender menos de los mercados y la competencia y más de la solidaridad y los derechos, resulta más barato, más eficiente y da un mejor servicio.
¿Cómo un mismo diagnóstico puede llevar a estos dos doctores a estrategias curativas tan distintas? El problema es claro: los costos de atención de la salud son crecientes – aquí y en todo lado – y eso plantea dos preguntas acuciantes: ¿cómo y hasta dónde queremos financiar esos costos? y ¿cómo podemos reducir esos costos sin, para ello, sacrificar indebidamente la cobertura y la calidad de los servicios de salud? En próximas columnas – con ayuda de estos dos doctores, y de algunos más... o de algún paciente – discutiremos a fondo este dilema, un dilema de vida o muerte.