Vueltas que da el mundo
Leonardo Garnier

Sub/versiones – La Nación: Abril 25, 2002
No hace mucho que, en las películas que nos venían de allá, del norte, se hacía chota de la forma en que funcionaba la política en estas regiones del mundo. Generalotes bigotudos, gordos y corruptos. Presidentes ignorantes, parranderos y amigos de los negocios. Intentos fallidos y exitosos de golpes de estado, adobados con ridículos fraudes electorales. Países gobernados por los ricachones de siempre, a veces directamente, a veces por interpósita (y dura) mano. El estereotipo adquirió categoría de concepto: éramos las banana republics de películas en las que el típico político latinoamericano era personificado – no sin alguna razón – como un corrupto y borrachín populista de derecha (con verbo de izquierda).
Pero el mundo gira… ¡y qué vueltas da el mundo! Si Hollywood estuviera en otro lado – más al sur, digamos – ya estaríamos viendo películas en las que muchos de esos caracteres y problemas tan nuestros se iban alejando de los trópicos, para asentarse cómodos en los más tradicionales centros de la civilización occidental. Los síntomas se veían venir desde hace tiempo – como cuando Nixon… o en los enredos de Kohl, o el cinismo de la Thatcher –, pero solo eran vistos como peccata minuta, pequeños deslices de las siempre sólidas democracias del mundo industrializado y culto. Ah… pero tanto giró el mundo que las cosas, si eran así, dejaron de serlo y, si no lo eran, dejaron de parecerlo (al fin de cuentas, no olvidemos que Hitler no era tico, carioca o paisa, ni chapín, sudaca o ché, y que tampoco lo eran Franco, Mussolini o Salazar). Pero no nos desviemos, que eso es historia antigua de la primera mitad del siglo pasado, y yo hablo del presente, de este posmoderno siglo XXI, que es cuando las caricaturas han levantado cabeza, tronco y extremidades en esas que, hasta ayer, parecían ejemplares democracias.
Empezó en Austria, con Haider, un neo nazi apenas reciclado – cosa de risa, casi. Pero no se detuvo ahí. Berlusconi – personaje más grotesco y poderoso que el Vito Corleone de Puzo – hoy controla el poder político y económico en Italia, es decir, en Roma, no en Bogotá ni en Lima. Y en Washington – no en Caracas, ni en el DF mexicano – gobierna (es un decir) GW, que más pareciera prófugo de un guión inconcluso de Mel Brooks, con sus pretzels y sus gaffes (metidas de pata, diríamos nosotros). ¿Los más recientes? Involucrarse – y alegrarse, para luego embarrialarse – con la intentona golpista en Venezuela; y llamar a Ariel Sharon “hombre de paz”, sin siquiera sonrojarse. Son tan extremos los extremos que han logrado que el propio Aznar parezca moderado, a pesar de ser fan de Berlusconi. Y ahora, en la misma Francia de Voltaire, una quinta parte de los franceses han votado por Jean Marie Le Pen – racista, xenófobo confeso, repulsivo – quien irá a la segunda ronda contra un deslucido Chirac. Da pena. Ojalá aprendamos algo de todo esto. Y, si no, que al menos dé material para una buena película, con todo y su corrupto borrachín populista y de derecha (aunque sin verbo). Tragicomedia será.