Ya pasó el tiempo de los espejitos
Leonardo Garnier

Sub/Versiones – LA NACION – Jueves 6 de Junio, 2002
De la Embajada de España, Presidencia pro-tempore de la Unión Europea, recibí una carta – que nadie firma – en que me recriminan mis “injustos e injustificados” ataques a las políticas migratorias europeas. Rechazan mi “lamentable punto de vista” sobre el descubrimiento, conquista y colonización de América, proceso – dicen – “realizado por el único imperio que se cuestionó a sí mismo la legitimidad de sus actos”. Me recuerdan que también España y Europa fueron ocupadas e invadidas, saqueadas, esclavizadas, privadas de su cultura, de su lengua, de su religión… “Y, no por ello, don Leonardo, los españoles y otros europeos andamos quejándonos todo el día por aquellas múltiples tragedias desgarradoras y aculturizantes: qué le vamos a hacer”. Y concluyen congratulándose de los altos porcentajes de migrantes que viven allá: sólo los últimos años – dicen – más de 200.000 ecuatorianos han entrado en España, donde “viven integrados esos y otros suramericanos, todos los centroamericanos y los nativos en armonía, sin tensiones”. Como lo oyen.
Nadie duda que en España y en Europa existan, hoy como ayer, muchas personas solidarias y generosas que, cual modernos de las Casas, ponen su mejor esfuerzo en construir un mundo más solidario, más sensible y más sensato, y que luchan por ayudar a quienes llegan de lejos en busca de una vida mejor. Pero también hay personas y grupos que, en número y con influencia creciente promueven la xenofobia y el racismo, haciendo que las políticas públicas se vuelvan más duras, represivas e intolerantes con quienes hoy – como ayer nuestros abuelos europeos – reclaman y necesitan del abrigo ajeno. Tal vez quien me escribe desde la Embajada de España ha pasado mucho tiempo fuera de Europa – o tal vez no lee la prensa europea – como para saber que ahora, cuando son los americanos, los africanos, los asiáticos los que buscan asilo en Europa, las cosas no son tan simples ni tan armoniosas como su carta sugiere. No es cierto, para empezar, que haya tantos inmigrantes en Europa: se estiman en unos quince millones, que es menos del 6% de los habitantes de la Europa Comunitaria. En Costa Rica, pequeño país centroamericano, tenemos entre un 10% y un 15% de población migrante. España, por su parte, ha sido, tradicionalmente, un país de emigración: en la actualidad, cerca de dos millones de españoles todavía residen fuera, lo que representa el doble de los inmigrantes que viven hoy en día en España, y que apenas representa un 2.5% de la población total, muy por debajo de la media europea. Así que ni siquiera son tantos, pero… ¿viven esos inmigrantes realmente integrados, en armonía, sin tensiones?
Los propios españoles parecen dudarlo: una encuesta del Instituto Opina, encontró el mes pasado que el sesenta por ciento de los españoles vincula a los inmigrantes con el aumento de la criminalidad, y dos tercios dijeron que los españoles se estaban volviendo menos tolerantes con los inmigrantes. Sólo el año pasado, unos 45000 extranjeros fueron arrestados en España, y un informe de Amnistía Internacional de hace apenas un mes acusa a la policía española de torturas y maltratos frecuentes y generalizados contra las minorías étnicas y los extranjeros, con evidencias sobre unos 320 casos. Y no se trata sólo de las actitudes oficiales, sino de un problema más generalizado que afecta, incluso, a los jóvenes. En efecto, aunque las actitudes xenófobas de los jóvenes españoles han disminuido, siguen siendo impresionantemente altas: según datos del Instituto de la Juventud, el 30% de los jóvenes de España considera que el fenómeno de la inmigración será, a la larga, “perjudicial para la raza” y otro 24% cree que tendrá efectos negativos en la moral y las costumbres españolas
Estas percepciones se repiten por toda Europa. Según el informe anual del Observatorio Europeo del Racismo y la Xenofobia, aumentan cada año los casos de violencia racial, discriminación y delitos de grupos neonazi en todos los países de la Unión Europea. Un 33% de los europeos se consideran “muy” o “más bien” racista. En Alemania, el número de violentos ultraderechistas aumenta cada año y uno de cada cuatro jóvenes es muy racista y evita el contacto con los inmigrantes. Una encuesta del Instituto Forsa muestra que, en mayo de este año, 46 por ciento de los alemanes se oponían a aceptar más inmigrantes. En Francia, uno de los países europeos que ha tenido una política migratoria más abierta, el auge de la derecha racista de Le Pen ha generado una fuerte presión que amenaza con revertir esa tendencia. Lo mismo ha ocurrido en Dinamarca, que aprobó la semana pasada una ley que endurece su política de asilo y restringe los derechos de los inmigrantes. En el Reino Unido, el Ministro David Blunket causó un escándalo al decir, hace un mes, que los niños de los inmigrantes estaban inundando las escuelas locales; y, según la propuesta de ley de Nacionalidad, Inmigración y Asilo, se podría aislar a niños nacidos allí si sus padres entraron ilegalmente, impidiéndoles asistir a las escuelas normales y confinándolos a ‘centros especiales’ en una especie de ‘apartheid educativo’. En Italia hay apenas un 0.3 por ciento de inmigrantes, pero eso no evitó que el presidente Carlo Azeglio Ciampi se dejara decir hace un par de semanas que Italia y Europa “tienen una capacidad limitada para recibir inmigrantes. No tenemos ni el espacio ni los recursos naturales de los grandes países de ultramar”. E sta semana, Italia aprobó una nueva y restrictiva ley de inmigración, conocida como Fini-Bossi, que endurece las medidas contra los extranjeros que entren en Italia de forma clandestina: exige un contrato de trabajo por dos años para obtener un permiso de residencia, pero si el inmigrante pierde su ocupación podrá ser expulsado de inmediato; autoriza el uso de naves de la Armada para afrontar el tráfico ilegal de inmigrantes, y crea el delito específico de inmigración clandestina, con pena de cárcel al reincidente. Y es que, s egún Umberto Bossi, Ministro de Berlusconi, Italia ha sido muy suave con la inmigración ilegal: “Si de mí dependiera – dijo – hundiríamos estos barcos contrabandistas, los volaríamos en el agua”.
Pero, volviendo a España, de acuerdo con el eurodiputado Sami Naïr, “e l que los inmigrantes sobreexplotados y mantenidos conscientemente en la ilegalidad ni siquiera tengan el derecho a manifestarse, a hacer huelga, sitúa a España, con su Ley de Extranjería, muy por detrás de los demás países europeos en materia del respeto de los derechos”. En efecto, la polémica Ley de Extranjería aprobada por el Partido Popular de Aznar hace poco más de un año, ha dado vía libre al Gobierno para expulsar a los inmigrantes que se encuentren en España en situación irregular. En esa misma línea, y en ejercicio de la Presidencia de la Unión Europea, el Gobierno español promueve un plan global contra la inmigración ilegal en Europa, y todo parece indicar que ese tema será el eje de la próxima cumbre de Sevilla. Se trata de cerrar todas las puertas.
Es tan drástica la posición oficial de España que e l delegado del Gobierno para la Extranjería, Enrique Fernández-Miranda, recomendó a todos los que no tengan sus papeles en orden “que se vuelvan a sus países de origen”, pues sólo podrán aspirar a uno de los 10.000 empleos estables y 22.000 temporales presentando su petición desde su país de origen. Es como decir: ‘si quiere estar aquí, primero ¡váyase!’ Para los que no salgan, no hay ninguna opción, ni siquiera si consiguen un empleo legítimo y formal. Su única salida, es permanecer como ilegales, sin derechos y – por tanto – sin obligaciones. Luego se extrañan de la delincuencia en aumento entre ciertos grupos de inmigrantes. ¿Es que, con leyes como estas, les dejan otra opción?
Yo sé que el tema de la migración es complejo, y que demanda un tratamiento cuidadoso y responsable – cualquier centroamericano lo sabe – y no se trata, por supuesto, de banalizarlo con críticas fáciles. Pero no usemos eso como excusa para justificar lo poco que hacemos o, peor aún, para querer presentar como generosas acciones que más bien debieran avergonzarnos. Ya pasó el tiempo de los espejitos.
Adjunto, para quien interese, tanto la carta que recibí de la Embajada de España como la columna original que le dio origen.
DE: EMBAJADA DE ESPAÑA, PRESIDENCIA PRO TEMPORE DE LA UNION EUROPEA
A: DON LEONARDO GARNIER. lgarnier@racsa.co.cr
Estimado Sr. Garnier:
En su columna de “La Nación”, del 23 de mayo, se vierten una serie de comentarios injustos e injustificados sobre España y la Unión Europea que quisiéramos puntualizar.
Primeramente, denota su escrito un lamentable punto de vista sobre su propia historia, esto es, sobre el proceso de descubrimiento, conquista y colonización del Nuevo Mundo por España a partir de 1492. Un enfoque que, probablemente, es sólo debido a que tal proceso fue realizado por el único imperio que se cuestionó a sí mismo la legitimidad de sus actos: Montesinos, Vitoria, Las Casas, Carlos V, etc., lo que sin duda avivó una polémica que, como se deduce de sus líneas, continúa latente.
Al respecto, le diremos que España, y otros territorios europeos, fueron también ocupados por los romanos, y otros invasores, a lo largo de la historia, “tomaron el oro y las riquezas que encontraron, convirtieron en esclavos a los pobladores originales, los privaron de su cultura, de su lengua, de sus costumbres, de su religión, de su dignidad y, en muchos casos, de la vida misma”. Y, no por ello, don Leonardo, los españoles y otros europeos andamos quejándonos todo el día por aquellas múltiples tragedias desgarradoras y aculturizantes: qué le vamos a hacer. Al contrario, en el caso de los españoles, se sienten orgullosos de formar parte de la gran cultura latina.
Creo que No es serio referirse, como Vd. hace tan despreciativamente, a la política inmigratoria de los Estados europeos. Mire, Sr. Garnier, en Francia, casi el 10% de su población es de origen extranjero, en Alemania supera ese porcentaje, en Italia está por encima del 5% y lo mismo puede decirse del Reino Unido. Son, todos ellos, países con cifras superiores a los 50 millones de habitantes. Ahora calcule lo que suponen porcentualmente los inmigrantes en ellos. Por ejemplo, en España han entrado, en los últimos años, más de 200.000 ecuatorianos, un 2% de la población de esa República hermana y en la misma Península viven integrados esos y otros suramericanos, todos los centroamericanos y los nativos en armonía, sin tensiones. Lo que Europa no puede hacer es abrir las puertas de sus sociedades nacionales de par en par con una situación de desempleo en torno al 10% de la población activa.
Creemos que en Costa Rica se comprenden bien esta situaciones.
Atentos saludos.
Embajada de España en Costa Rica
Presidencia pro tempore de la Unión Europea