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Un negocio global, parcial y... redondo

Enviado por Leonardo Garnier en Jue, 08/14/2003 - 00:00

Sub/versiones – La Nación: Jueves 14 de Agosto, 2003

Aunque el mundo sigue igual de redondo… se nos pone cada vez más global. Sin embargo, esta acelerada globalización que nos excita y nos abruma no solo peca por global sino por parcial. Algunas cosas se globalizan… pero otras no, y suelen preocuparnos más las cosas que se globalizan que esas otras que quedan aparentemente olvidadas, relegadas, proscritas por la globalización. Esto, como la historia enseña, puede ser grave.

Vivimos cada vez más en un mundo de mercancías globales: las mismas cosas se anuncian y se venden en todo el mundo a precios cada vez más parecidos, precios globales. Vivimos cada vez más en un mundo de capitales globales: los criterios de rentabilidad han dejado de ser nacionales, los mercados financieros tienen visión y ambición global. Ya no vivimos en un mundo de economías nacionales que interactúan unas con otras, sino en un mundo en el que opera, cada vez más, una economía global.

Y, sin embargo, seguimos viviendo en un mundo de sociedades nacionales. Seguimos viviendo en un mundo en que las reglas de la política y la definición de los derechos, siguen afincadas – la palabra es precisa – en el territorio de cada país. ¡Por lo menos! – dirá usted, temiendo que hasta eso nos lo fuera a usurpar la globalización. Y, sin embargo, eso nos plantea un problema, ya que un capitalismo global que coexiste con derechos segmentados por fronteras nacionales puede ser terriblemente peligroso: para los países, para la gente… y para un planeta que hasta podría dejar de ser tan redondo.

Ya fuera por necesidad o por accidente histórico, el capitalismo surgió a la vida en Europa al mismo tiempo que se consolidaban los estados nacionales, que se nutrieron del dinamismo de esa naciente economía y le brindaron el terreno fértil que esta necesitaba – en especial el derecho de propiedad. Cuando las tendencias del ‘capitalismo salvaje’ amenazaron su estabilidad social y política, estas sociedades supieron resolver el dilema complementando el dinamismo capitalista con el Estado de Bienestar y la universalización de los derechos; así surgieron códigos laborales, jornadas máximas, salarios mínimos, sistemas de seguridad social, prohibición del trabajo infantil, acceso a la salud y la educación, normas de protección ambiental, etc.

Hoy, con la globalización del comercio y las inversiones – pero no de los derechos – las cosas dejan de ser tan claras. Si un país en el que se prohíbe el trabajo infantil importa bienes producidos por niños… ¿qué significan los derechos de los niños? Si un país importa bienes que fueron producidos con salarios más bajos que sus propios salarios mínimos; o si sus empresas invierten en otros países violentando las normas laborales o ambientales de su propio país… entonces ¿qué significan estas normas? Sabemos que el capitalismo sigue siendo la forma de organización económica más dinámica que conocemos. Pero también sabemos que, para no destruir el propio tejido social y su base natural, el capitalismo necesita reglas. Si el capitalismo se torna global, esas reglas – los derechos – sólo resultan efectivas si son, también, globales. Eso es lo que no está ocurriendo.

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