El impacto de Intel en Costa Rica
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
El Financiero, Febrero 2000
La pregunta de si la presencia de Intel es ‘buena o mala’ para Costa Rica suele hacerse como si se pensara que esta inversión se dio ‘en vez de’ alguna otra cosa que habría sido mejor. Como dice la misma pregunta que se me envía de El Financiero: se trata de ver “si esto es bueno o malo para el país en el sentido de depender de esta empresa en cuanto a exportaciones, porque se están descuidando otros sectores como los tradicionales y no tradicionales”.
Y aquí lo primero que hay que tener claro es que la inversión de Intel (y otras inversiones similares que se han estado realizando en el país en los últimos años) no se han dado ‘en lugar’ sino ‘además’ de cualquier otra cosa que estuviera ocurriendo en Costa Rica. Así, la inversión de Intel se suma a la inversión que Costa Rica venía teniendo; las exportaciones de Intel se suman a las exportaciones que Costa Rica venía generando; la producción, el empleo, el valor agregado por estas inversiones, se suman también a la producción, el empleo y el valor agregado por el resto de la economía nacional. No se trata ni de capital golondrina – que viene hoy para irse mañana – ni de una inversión que succione recursos del escaso ahorro interno con que se financia la inversión nacional: son recursos frescos del exterior que se agregan a la creación de capacidad productiva en el país.
Sus efectos sobre las exportaciones son completamente reales y han contribuido (junto con el resto del sector exportador) a generar – por primera vez en muchos años – una situación superavitaria en el comercio exterior. Entonces, ¿tiene razón el Banco Central en no separar las exportaciones de Intel y las del resto de la economía? Sí, la tiene en un sentido muy preciso: las exportaciones de Intel son una parte tan real de las exportaciones del país como las de cualquier otra empresa o sector. Lo absurdo sería no contabilizarlas así, como cuando se dice que ‘sin contar Intel, las exportaciones apenas crecerían...’ Eso es algo así como haber sugerido hace un siglo que las exportaciones en realidad no estaban creciendo porque, sin contar el café... no crecían, ya que las exportaciones de cacao y tabaco habían perdido dinamismo; o como si se hubiera sugerido no incluir las exportaciones de banano en las cuentas nacionales porque no eran ‘reales’.
Ahora bien, con el objeto de analizar el comportamiento diverso que tiene nuestra economía sí es importante distinguir y comprender el efecto que pueda tener la inversión de Intel y otras empresas de ese tipo, separándolo de otros sectores y actividades de la economía. Es así como se puede descubrir qué sectores crecen más, cuáles crecen menos, cuáles atraviesan períodos de crisis y requieren ayuda para reactivarse... y también cuáles son ya parte del pasado, y por qué, y qué se puede hacer en cada caso. Aquí, la evolución reciente de Costa Rica nos presenta señales mixtas.
Algunas actividades muestran gran dinamismo: a Intel se agrega el turismo, pero también parte importante del sector agropecuario y de la industria, así como segmentos del sector servicios –financieros, comerciales y de comunicaciones entre otros- que han ido creciendo y cambiando al ritmo y en el sentido de los tiempos, generando un nuevo tipo de empleo más productivo y mejor remunerado.
Otras actividades, si bien no se encuentran en situación crítica, no están creciendo con el dinamismo necesario para sostener un nivel de vida creciente: nuestras actividades agroexportadoras tradicionales –café, banano, azúcar, carne- no enfrentan su mejor momento. Esto es así en parte por las restricciones del comercio internacional (que, como se vio en Seattle, sigue estando lejos de ser un libre comercio), pero también a causa del conformismo que los éxitos del pasado parecen haber asentado en estos sectores, que no han desarrollado una actitud empresarial agresiva e innovadora. Algo similar ocurre con una parte de nuestra industria que, nacida al calor del Mercado Común o de los generosos programas de promoción de exportaciones, se sintió demasiado cómoda con ese calorcito de la protección... calorcito que se hizo excesivo y en vez de despertar a la industria infantil... ¡la durmió, en sus laureles, en sus aranceles y en sus CATs!
Finalmente, tenemos los problemas de ese gran sector de pequeñas y medianas empresas (industriales, agrícolas y de servicios), para las cuales la globalización parece imponer estándares de calidad y costo que son difíciles de alcanzar por múltiples razones: por costo, por escala, por conocimiento, por manejo de mercados... y que amenazan con hacerlas desaparecer, generando un serio problema social.
Todos son casos diferentes y ameritan acciones diferentes. No basta la política macroeconómica para resolver estos problemas. No basta equilibrar el comercio exterior y el déficit fiscal para generar una nueva dinámica en la inversión y la producción, sino que se requiere una activa política microeconómica y sectorial (y una efectiva política social) capaz de promover una dinámica más positiva que integre a los distintos componentes de nuestra producción de tal manera que se complementen y aprovechen las mutuas ventajas que generan, y se compensen las desventajas.
Claro que hay dificultades y problemas para hacer esto. Pero ¿provienen esos problemas de la llegada de Intel? Por supuesto que no. Esos problemas y dificultades estaban ahí antes de que viniera Intel... y seguirían allí si no se hubiera dado esa inversión. El atraso y las limitaciones que afectan a buena parte de nuestra estructura productiva no tienen como origen – ni como factor agravante – la venida de esas nuevas inversiones. Por el contrario: el efecto positivo que Intel provoca a nivel macroeconómico (en especial sobre el desequilibrio comercial) contribuye a aliviar algunos de esos problemas: ahora puede bajar el ritmo de la devaluación y la inflación, y hay mucho menor presión sobre el mercado financiero del que habría si una inversión de esa magnitud hubiera tenido que financiarse con ahorro interno.
Y lo mismo podemos decir con aquellos aspectos que tienen que ver con la calidad de vida de los costarricenses, porque también se ha insinuado que habría un efecto negativo de este tipo de inversiones en alta tecnología. Estas empresas se ven atraídas al país por diversos factores pero, en especial, por el nivel cultural y educativo de la población, ya que esto les permite tener acceso a una mano de obra calificada, de alta productividad y que, sin embargo, les resulta más barata que la de los países industrializados. ¿Significa eso que nos estaríamos especializando en mano de obra barata? Todo lo contrario: siendo más barata pero tan productiva como su contraparte de los países desarrollados, la mano de obra costarricense empieza a competir por mejores (y no simplemente por más) empleos, empieza a integrarse a una carrera ascendente de movilidad social. La mano de obra que se mantendrá barata y empobrecedora, es la que no logre abandonar las actividades productivas de menor productividad, donde sólo importa el costo y no la capacidad de los trabajadores. No es ese el caso de estas nuevas inversiones.
Dicho esto, tampoco se trata de caer en una visión ingenua y creer que basta con atraer a Intel y unas cuantas inversiones más, para resolver los problemas del desarrollo costarricense. Cuando se realizaron ingentes esfuerzos por atraer a Intel, estábamos lejos de pensar en esa inversión como un punto final o un punto de llegada: era más bien un punto de salida o punto de inflexión. Paso a explicarme.
Intel no va a generar empleo masivo; los salarios que pague, por buenos que puedan ser, tampoco van a cambiar por sí solos la estructura distributiva nacional; su aporte por compras a suplidores y abastecedores no va a reestructurar la producción nacional. Ni lo va a hacer, ni tiene por qué hacerlo. Ninguna inversión, por sí misma, va a tener ese impacto y quien lo pretenda sería más que ingenuo.
Pero aunque no tenga ese efecto, Intel sí opera como un símbolo del cambio que puede estar empezando a darse en Costa Rica: después de décadas de depender en nuestras relaciones económicas internacionales del uso extensivo y mal pagado de nuestro trabajo y nuestra tierra, finalmente empezamos a ver que es posible insertarnos en la economía mundial aprovechando, precisamente, las inversiones que por todavía más décadas veníamos haciendo en educación... y no sólo en educación, sino en salud y saneamiento, en energía y telecomunicaciones, en desarrollo político-institucional y en el nivel y ambiente cultural.
Algo similar ocurre en el campo de los recursos naturales, donde el turismo ecológico y el potencial de la biodiversidad nos han abierto los ojos, y nos han mostrado un uso mucho más razonable de la naturaleza que el que marcaba nuestra historia.
¿De qué se trata, pues? Se trata de construir los nuevos motores productivos que Costa Rica necesita para garantizar la sostenibilidad de una doble integración. Por un lado, una integración con la economía mundial que no desvalorice sistemáticamente nuestros recursos, como ocurrió en el pasado con el deterioro de los términos de intercambio y la presión empobrecedora que ejercía. Por otro lado (y esto es clave) una integración social mucho más sólida en el país, sustentada por una economía capaz de contar con un porcentaje creciente de empleos cuya remuneración creciente depende de su productividad, también creciente.
Si bien Intel no va a lograr eso por sí misma, sí constituye el ejemplo más poderoso (no más que eso... pero tampoco menos) de que ese camino es posible, y que Costa Rica tiene el potencial para apostar por esa vía. Claro que hay que tener cuidado con este camino. ¿Hay algún camino al desarrollo con el que no haya que tenerlo? Las políticas pueden ser mejores... o peores, y existe un riesgo real de que no logremos esa integración social y productiva que buscamos, el riesgo de que una parte importante del país pueda ‘quedarse atrás’ mientras otra parte se dinamiza y crece.
Es fundamental tener esto claro, y tomar las decisiones necesarias para promover y exigir esa integración. La educación primaria debe elevar su calidad; la secundaria debe extenderse y mejorar, para llegar realmente a todos los jóvenes (no al 50% o 60% que cubre hoy); la educación superior – y la investigación – deben ser un elemento clave para garantizar la sostenibilidad del proceso; el acceso al financiamiento, a la infraestructura y al mercadeo, son cuellos de botella que deben romperse para que la pequeña y mediana empresa sean parte de este proceso. Pero el reto es ese: el de dinamizar a la sociedad en esta dirección, el de enfrentar el problema de nuestro atraso estructural e histórico.
Algunos han adoptado una retórica tan fácil como absurda, mediante la que identifican como la causa del problema precisamente el surgimiento de aquellas actividades que, bien concebidas, podrían estar abriendo el camino de un mejor desarrollo... y ven como la salvación precisamente a aquello que más debiera cambiar. Sería difícil encontrar una mejor receta para el fracaso social. Por el contrario, entendiendo las limitaciones y los problemas de las nuevas inversiones, de lo que se trata es de aprovechar su potencial para dinamizar al conjunto de nuestra capacidad productiva y dotar así a la sociedad costarricense de un nuevo instrumento de crecimiento e integración.