"Hay épocas normales..."
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
La Nación, 8/9/96
Hay épocas normales, en las que se vive con relativa estabilidad, con mayor o menor crecimiento, con más o menos bienestar pero, sobre todo, en un ambiente de poca incertidumbre, de poca tensión. Hay otras, por el contrario, en que se viven tiempos de cambio, en los que también puede haber mayor o menor crecimiento o bienestar, pero que tienen la característica de enfrentarnos con las tensiones, las angustias y la incertidumbre de la transformación. En un artículo reciente, don Miguel Sobrado hace una acertada comparación entre los años 40 y los años 90, enfatizando precisamente esta característica común: ambos fueron períodos angustiantes que gestaron intensos cambios.
Estos cambios siempre tienen como trasfondo una crisis del modelo social vigente. La crisis tiene componentes internos que ya no aguantan, y que demandan cambios profundos para dar paso a una nueva época en la historia nacional. Pero también tienen importantes componentes externos, y los procesos de cambio que vivimos hoy son enormemente interdependientes con los procesos de cambio de esta aldea cada vez más global. No cambiamos por fuerzas externas… pero sí cambiamos en el contexto de esas fuerzas. Más aún, las propias fuerzas internas reflejan, cada una a su manera, los movimientos y reacomodos de las fuerzas externas. Esta influencia de lo externo sobre lo interno, que tanto llamó la atención de los estudiosos de “la dependencia” en los años setenta, no debe llevarnos a las posiciones simplistas que ven en todo lo que hacemos imposiciones casi conspirativas desde el exterior… pero sí deben hacernos comprender los vínculos que existen entre las instancias nacionales, regionales y globales, y la forma dinámica en que interactúan no sólo los intereses sino las pasiones de los distintos actores.
En las épocas de cambio predominan la incertidumbre y la angustia, no sólo en su sentido peyorativo, sino también en su sentido positivo de generadores de nuevas actitudes, de acicates para enfrentar los retos y promover las transformaciones que mejor nos acomoden como sociedad. Son épocas de gran acción política. Pero también son épocas que demandan una gran reflexión, un gran esfuerzo intelectual por comprender el carácter de la crisis, sus raíces en el pasado, sus manifestaciones presentes, y las acciones que permitirían superarla en la construcción diaria del futuro. Como un aporte a esa reflexión escribimos un libro que menciona don Miguel, cuyo título pretendía capturar esa angustia del tiempo que vivimos: “Costa Rica entre la ilusión y la desesperanza: una alternativa para el desarrollo” . Publicado en 1991 junto con Roberto Hidalgo, Guillermo Monge y Juan Diego Trejos, este libro fue parte de una reflexión mayor, de por lo menos tres años, y en la que participaron muchos colegas más. Esa reflexión contribuyó a un esfuerzo aún más amplio, que llevó a la elaboración del programa de gobierno con que José María Figueres llegó a la presidencia en 1994.
Don Miguel, reconociendo la importancia de las ideas ahí expuestas, lamenta el poco impacto que este embrión de proyecto ha tenido en la acción política real. Dice que “muchos factores han incidido en la puesta en marcha de este proyecto, entre otros la mala distribución de los documentos y la falta de curiosidad de periodistas y analistas políticos, acostumbrados al fácil monitoreo del comadreo político cotidiano, en darlos a conocer. Pero un peso más decisivo lo han tenido las desviaciones dinásticas que ha sufrido nuestra vida política en esta década”. El mérito de las ideas, dice don Miguel, se debilita cuando los gobiernos operan más como “cortes” que como verdaderos equipos de trabajo.
La frustración con las dificultades de gestar un proyecto político nacional es válida y compartida. Pero más que la existencia o no de “cortes” en gobierno, el problema subyacente es el que menciona don Miguel en el párrafo final de su artículo: “el retraso en la recomposición de las fuerzas políticas y en la configuración y puesta en marcha de una nueva visión de futuro ha tenido un efecto degenerativo en la clase política nacional”. En efecto: frente a una crisis que debió haber generado una gran alianza política nacional a inicios de los años ochenta, para promover ese nuevo proyecto de desarrollo, lo que se generó fue un recrudecimiento de los intereses y pasiones particulares, sin importar mayor cosa el interés colectivo ni la pasión que en otras crisis nos permitió impulsar profundas reformas en beneficio de la sociedad costarricense. Es lamentable también la falta de estudio, de análisis, de debate serio –y no meramente académico o periodístico— sobre las características del proyecto que se busca, y de las acciones que lo concretan. Pero los procesos sociales, como la vida misma, son impredecibles, y la desazón siempre deja un espacio a la esperanza. La tarea, aunque difícil, es una impostergable tarea nacional.