Himno para una generación
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
La Nación, 20/2/97
De vez en cuando aparece una de esas canciones o poemas que nos agarra, que alguien pareciera haber escrito para nosotros; una canción en la que alguien, metiéndose como un ladrón en nuestras mentes y nuestros corazones, revuelca y hurta viejos sentimientos y memorias… pero no para robarlos simplemente, sino para devolvérnoslos renovados y fortalecidos: ¡vivos otra vez!
Para quienes nacimos en los cincuenta, pocas canciones provocan esa sensación tan intensamente como “Yo también nací en el 53” en la que Ana Belén nos traslada, con los versos de Víctor Manuel y la música de Andrés Molina, a ese punto en el que se unen nuestro pasado y nuestro futuro; a ese punto en el que nuestros recuerdos reprochan a nuestros hechos, y nuestros hechos reclaman y admiran a nuestros sueños. Eso cantan Ana Belén y Víctor Manuel que, juntos y junto con nosotros, han recorrido este camino: “qué te puedo contar que tú no hayas vivido qué te puedo contar que tú no hayas soñado…” Es ése su gran mérito, contar y cantar lo que todos hemos vivido y soñado a lo largo de este medio siglo a punto de acabar. La canción se torna así, inevitablemente, en un himno generacional, que refleja la actitud con la que muchos –claramente no todos, pues no se pertenece o deja de pertenecer a una generación por el año en que nacimos— hemos vivido o tratado de vivir en este tren.
“Yo también nací en el 53, y jamás le tuve miedo a vivir; me subí de un salto en el primer tren ¡hay que ver! en todo he sido aprendiz…Yo también nací en el 53, yo también crecí con el Yesterday. Como tú, sintiendo la sangre arder, me abrasé sabiendo que iba a perder…” Qué cercano y familiar suena todo esto. Nos metimos en tanta cosa que no entendíamos plenamente… ¡pero nos metimos plenamente! Gozamos y bailamos con los Beatles, esos cuatro adolescentes de Liverpool que, de pronto, nos resultaban tan familiares como nuestros amigos de barrio –tanto, como para llorar en el 80 la muerte de John como la de un verdadero amigo--; con las juventudes del mundo recorrimos Tlatelolco y París en el 68, cantamos Blowin´ in the Wind con Dylan y junto a Joan Baez y Cassius Clay nos opusimos a la locura de Viet Nam. Tiramos piedras contra Alcoa, y nos sentimos también cada día más latinoamericanos, y cada vez más españoles: Serrat y Víctor Jara se turnaban para cantar con nosotros, para aprender con nosotros, para vivir con nosotros desde “aquellas pequeñas cosas” hasta los temibles versos de “Puerto Montt” y “¡a desalambrar!”, conscientes todos, ayer como hoy, de que la vieja máxima de Machado era la guía más segura con que podíamos contar: “se hace camino al andar”.
Leímos, sí, leímos mucho y estudiamos, nunca despreciamos lo que los libros podían enseñarnos, pero vivimos. Hoy, lo que somos, lo que hemos hecho, lo que hacemos, es una mezcla inevitable de canciones y trabajo, libros y golpes, manifestaciones y poesías, sueños y realidades que a veces se contradicen y a veces se complementan. Es esa la vida plena, a veces frustrante, a veces satisfactoria, pero vida siempre, a la que cantan para nosotros y con nosotros Víctor Manuel y Ana Belén. Y ellos, como nosotros saben que “siempre encuentras algún listo que sabe lo que hay que hacer, que aprendió todo en los libros, que nunca saltó sin red”. Y cómo los seguimos oyendo todavía hoy, diciendo sin hacer, lo que tenemos que hacer… sugiriendo que sólo ellos podrían… pero nunca sin la red. ¡Como si en la vida se pudiera saltar con red!
La nuestra fue también una generación de amigos. Amigos de aquí y amigos de allá. Amigos conocidos, y otros solamente intuidos. Pero amigos. “Siempre tuve más amigos de los que pude contar, sé que hay varios malheridos que esperan una señal”. A falta de esa señal, algunos tomaron caminos distintos: algunos dejaron de soñar, otros se quedaron en el sueño. Yo prefiero seguir con Víctor y Ana cuando me dicen “yo también nací en el 53 y soñé lo mismo que sueñas tú; como tú no quiero mirar atrás, sé muy bien que puedo volverme sal…”. Y es que si algo puede matar realmente nuestros sueños sería, precisamente, dejarlos volverse sal. Y no se vuelven sal si vamos adelante, sólo si nos quedamos mirando atrás. Si vamos adelante, irán adelante nuestros sueños: nunca igual que como lo soñamos, pero vivirán con nosotros y seguirán marcando y transformando nuestras vidas. ¡Seguirán vivos!
Mucho hemos vivido, mucho hemos soñado. No todo lo vivido corresponde a lo soñado, pero eso no le resta mérito a lo soñado, ni a lo vivido. “No me pesa lo vivido, me mata la estupidez, de enterrar un fin de siglo distinto del que soñé”. Por eso, a pesar de los pesares, debemos recoger hoy lo vivido y lo soñado en este medio siglo, reconocer gozos y dolores, éxitos y errores; reconocer y sentir sobre todo que hemos vivido, que no ha sido en vano, y que nuestros sueños aún no han terminado… si medio siglo ha pasado, ¡queda un milenio por empezar!