Riesgos y oportunidades de la apertura
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
La República (Editorial)10/3/93
Los defensores a ultranza de la apertura sólo ven las oportunidades que ésta ofrece, y creen que todas se realizarán automáticamente, con sólo desmantelar los viejos esquemas proteccionistas, y dejar que el crecimiento económico y las fuerzas del mercado, sigan su curso. Quienes se oponen frontalmente a la apertura, por el contrario, sólo ven los riesgos que ésta representa, y creen que todos ellos terminarán por convertirse en terrible realidad, sin importar qué hagamos o qué dejemos de hacer. Dos posiciones tan radicalmente opuestas, sin embargo, tienen un elemento común: su actitud pasiva frente a la apertura. Ilusa en un caso, fatalista en el otro, esta actitud pasiva es la mejor forma de garantizar que la mayoría de los riesgos y la minoría de las oportunidades sean los que prevalezcan.
Ya hemos aprendido una lección: la estabilidad macroeconómica es una condición necesaria para un desarrollo que sea financieramente sostenible, pero no es, ni por mucho, una condición suficiente. Limitarnos a corregir los desequilibrios financieros, y a eliminar los viejos esquemas proteccionistas, sin hacer nada más, probablemente nos haría echar marcha atrás: muchos de los actuales industriales terminarían por abandonar la producción para dedicarse a importar; muy pocos empresarios se arriesgarían a meterse en serio en procesos agroindustriales; seguiríamos dependiendo de exportar bienes primarios simples, sin mayor procesamiento ni valor agregado, sin incorporar conocimiento ni tecnología, sin una estrategia de mercadeo y diferenciación del producto, en fin, seguiríamos produciendo y exportando como un típico país subdesarrollado. Más aún, como muchos de los países de la región --y del Tercer Mundo-- pueden perfectamente producir ese mismo tipo de bienes, y dado que esos países “gozan” (aunque su población sufra) de la “ventaja” de la mano de obra barata, poco a poco Costa Rica se vería empujada en esa misma dirección: la pobreza volvería a aparecer como condición para nuestra competitividad.
Por el contrario, lo que queremos es avanzar hacia lo que FEDEPRICAP ha llamado recientemente una inserción de alta calidad en los mercados internacionales: “un estilo de relación económica con el resto del mundo que incremente los niveles de vida, la inversión y el empleo, y contribuya a desarrollar efectivamente ventajas competitivas bajo un patrón de crecimiento sustentable y equitativo”. Para eso, no basta con “abrirse”, y menos cuando vemos que la apertura sigue siendo un camino desigual, en el que los países más poderosos insisten en proteger a sus productores más débiles.
Para lograr una inserción de alta calidad se requiere una agresiva política microeconómica que atienda los verdaderos cuellos de botella del desarrollo, entre los que destacan: el aumento en la productividad de las empresas, la educación y capacitación de los recursos humanos, la incorporación de mayores niveles de conocimiento científico-tecnológico a la producción, la capacidad de diseño, la actitud empresarial, la habilidad negociadora y la capacidad para el mercadeo internacional, el manejo del problema energético y del transporte, el desarrollo de las comunicaciones y de la informática, la incorporación de variables ambientales a la producción, los controles de calidad con patrones internacionales, la regulación de imperfecciones en los mercados, el manejo de los mercados regionales y la generación de mayores niveles de ahorro e inversión.
Estos son los verdaderos retos de la apertura y el ajuste. Y son retos que no pueden ser enfrentados por ningún tipo de apatía --ni pública, ni privada.