Leonardo Garnier

Un día apareció en medio de ellos un pequeño conejo verde. Se sorprendieron, pues aunque no era particularmente feo, era extraño. El jueves en la noche se reunieron varios de ellos y, como si fuera inevitable, el tema salió a relucir de la peor manera. ¿Qué vamos a hacer con ese bicho? ¿Qué se traerá?

¡De seguro que es peligroso! Todos tenían algo que decir. Ninguno tenía nada bueno que decir. La noche estaba más confusa que de costumbre y, para peor de males, había un amargo olor a miedo en el ambiente. El viernes en la mañana, el conejo verde apareció golpeado y sangrando en la parte de atrás de su cabeza. ¡Ya sabíamos que este fulano nos iba a meter en problemas! El sábado, antes de la ceremonia semanal, varios se pasaban papelitos secretos en que se explicaban los daños inexplicables que estaban por ocurrirles. El miedo no paraba de crecer en la selva.

El domingo, a la una y cuarenta de la tarde, los colmillos miedosos de tres aprensivos felinos se encargaron de poner fin a la pesadilla. Una semana después, las ardillas encontraron entre los matorrales cobrizos el cuerpo medio descompuesto del conejo. Hubo paz, y un cierto malestar que pronto se les pasó.