Expo Educación 360@
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier, Ministro de Educación Pública, Costa Rica
No son 360 arrobas, como en las viejas medidas, ni tampoco hablamos de un cambio de 360 grados que – lógicamente – nos dejaría en el mismo lugar en que estamos. Es más bien un juego de palabras y símbolos que denota la necesidad de ascender en espiral: de avanzar rápidamente, sí, pero aprendiendo de todo lo que hemos venido haciendo en Costa Rica en el campo de la informática educativa, que no es poco.
Es evidente que el mundo – y nosotros dentro de él – vive un acelerado proceso de cambio científico tecnológico, una verdadera revolución, probablemente una de las más intensas, veloces y englobantes de la historia. Si la revolución agrícola nos independizó de los límites impuestos por la recolección y la caza; si la revolución industrial nos independizó de los límites impuestos por la fuerza y la velocidad humana y animal, abriendo las puertas al uso de nuevas formas de energía y al poder de las máquinas; la revolución del conocimiento empieza a liberarnos de los límites que impone nuestra propia velocidad y capacidad mental para el manejo y operación de la información, y – claro – para la comunicación. El cambio afecta prácticamente todos los aspectos de la vida humana.
La educación, claro, es una de las actividades humanas que más puede verse afectada por estos cambios, dado que es precisamente la actividad humana que, por definición, tiene como una de sus tareas el desarrollar la capacidad humana para conocer, para buscar, para utilizar el conocimiento y la información disponible. Al cambiar la forma en que los seres humanos nos relacionamos con la información, con el conocimiento, con la comunicación, cambia sin duda – y debe cambiar – la forma en que educamos, la forma en que aprendemos, la forma en que enseñamos, la forma en que abrimos las puertas de su formación a las nuevas generaciones.
Pero cuidado: porque como suele ocurrir con los cambios tecnológicos, así como se les puede subestimar, también se les puede sobreestimar. La historia, sin duda, está marcada por las revoluciones científico tecnológicas, pero sería muy pobre una lectura de la historia que pretendiera simplificar esa historia al impacto de los cambios en la ciencia y la tecnología: la guerra y la paz, el arte y la cultura, la política, el juego y el deporte, la economía, la vida en sociedad, la mejor o peor relación que tengamos con este planeta que habitamos, están, ciertamente, marcados por ‘el estado del arte’ que, en cada época, ha marcado al conocimiento humano, a la ciencia y la tecnología; pero van mucho más allá: la capacidad humana para asumir su proyecto desde una visión ética, desde una visión estética, desde una siempre elusiva búsqueda de la convivencia, es algo que trascienden cualquier herramienta, por poderosa que sea.
Por eso en Costa Rica, desde mediados de los años ochenta, no se habló de “llevar computadoras a las escuelas” sino que se habló de “informática educativa”. La meta en Costa Rica nunca ha estado en la mistificación del aparato, sino en ese vínculo poderoso entre el aparato y gente, entre el instrumento y la educación, entre la técnica y el proceso de aprendizaje. Así fueron surgiendo laboratorios de cómputo en nuestras escuelas, en un proyecto pionero impulsado desde el Ministerio de Educación Pública y la Fundación Omar Dengo, donde la visión compartida de personas como Francisco Antonio Pacheco y Clotilde Fonseca se sumaron a la de muchos otros y la potenciaron para hacerla realidad y para dotarla de un sentido estratégico: el objetivo no era la computadora, sino la educación; el objetivo no era simplemente el acceso más rápido a la información, sino los procesos mentales y la capacidad para entender mejor esa información, para apropiarse el conocimiento, para seguir desarrollando la inteligencia de cada uno de nuestros estudiantes. Además, nunca se trató de un mero “plan piloto” o un proyecto “para la foto”, no: la meta era llevar esto a todos los estudiantes.
Todavía recuerdo la oportunidad de participar, junto con don Francisco Antonio, en la Conferencia Mundial de Educación para Todos en Jomtien, Tailandia. Nosotros íbamos con la ilusión de mostrar este incipiente programa de informática educativa al mundo y abogar para que, en el desarrollo educativo de los países del Tercer Mundo, avanzáramos en esa ambiciosa dirección. La realidad nos echó un balde de agua helada: se generó una peculiar – y nefasta – alianza entre los representantes de los países más avanzados y los más atrasados, para descartar sin mayor consideración cualquier propuesta de impulsar la informática educativa o, de hecho, cualquier aspiración a una educación científico tecnológica pues, como se nos dijo – y así quedó en las declaraciones finales – lo importante para los países “pobres” era el desarrollo de las destrezas básicas: leer, escribir, aritmética y un barniz de estudios sociales. Lo demás – se dijo – era desperdiciar recursos en países que aún no habían logrado esas destrezas básicas. En otras palabras, parecía pensarse entonces que los países pobres debían seguir apostando a una educación para pobres que, lógicamente y a pesar de las buenas intenciones, los mantendría pobres.
Hoy, la revolución científico tecnológica ha logrado, finalmente, que se entienda que eso no es así: un país no puede quedarse en las etapas básicas de la educación, porque entonces no lograría siquiera esos conocimientos básicos. Este es un tiempo para aprovechar desequilibrios, para aprovechar la ruptura de las supuestas linealidades, para entender que las etapas seguidas por un país en algún momento de su historia, no están escritas en piedra para que los otros las repitan de la misma forma. Por el contrario: cada avance, cada salto que un país logra dar en sus procesos educativos, debe verse como una enseñanza, como un reto, como una invitación para que todos aprendamos, también, a ser parte de esos saltos que buscan integrar los avances que la ciencia y la tecnología ponen a nuestra disposición, con los objetivos profundos de la formación humana. Nunca la educación tuvo tantas oportunidades ante sí, como las que tiene hoy.
Por eso, a diferencia de lo que ocurría apenas en abril de 1990, hoy todo el mundo quiere correr y llenar sus aulas de tecnología, de computadoras, de pantallas y pizarras inteligentes conectadas a Internet, como esperando que ese mundo mágico – mágico cuando no se le entiende – venga a resolvernos los problemas educativos que nosotros no hemos sabido resolver. Hay algo positivo en esto: la conciencia de que el reto es enorme, y es urgente. Hay algo peligroso también, algo que siempre ha sido una tentación en educación: la creencia en caminos fáciles, en atajos que nos evitarán el esfuerzo, el trabajo minucioso, la reflexión profunda. Recordémoslo siempre: en educación no hay atajos; puede haber mejores herramientas – y hoy sin duda las hay – pero estas herramientas siguen requiriendo, como ayer, de un esfuerzo propiamente educativo, de esa indispensable mediación pedagógica, de una reflexión permanente sobre qué queremos y cómo queremos enseñar y aprender.
Hoy, enfrentamos el reto de la universalidad informática: como país, como sociedad, debemos avanzar hacia esquemas educativos que aprovechen plenamente el potencial que ofrecen las nuevas tecnologías y que promuevan el acceso a ellas de todas y todos los estudiantes y sus docentes. Para ello es importante recordar que, a casi veinticinco años de haber lanzado su propuesta visionaria de Informática Educativa, Costa Rica no parte de cero a la hora de plantearse un nuevo salto en la utilización de la tecnología – y de las TIC en particular – en su sistema educativo. De hecho, Costa Rica ha venido experimentando todos estos años con distintos proyectos en la mejor utilización de la tecnología en la educación: son múltiples y diversas las experiencias que ya hoy existen en el país y que buscan garantizar que esta búsqueda de la universalidad informática en educación sea, efectivamente, un proceso marcado por su carácter educativo y no simplemente por cualquier tipo de acceso a la tecnología.
El objetivo de esta Feria 360@ es, precisamente, el de mostrar ese punto de partida: el de hacer evidentes las cosas que ya están ocurriendo en nuestras escuelas y colegios – en todos los rincones del país – y a partir de las cuales nos planteamos avanzar hacia la universalidad informática. En Costa Rica siempre ha estado claro que la educación debe ser un instrumento de integración y movilidad social; por eso, al igual que el programa de informática educativa nació en los años ochenta combinando su vocación científico tecnológica con su vocación social, hoy, la propuesta de avanzar hacia la universalidad informática en nuestro sistema educativo debe mantener esas mismas premisas. La creciente conectividad a Internet con anchos de banda crecientes, el aumento sistemático en la disponibilidad de equipo informático para nuestros estudiantes y docentes, deben ser parte de un proyecto educativo cuyos objetivos centrales sigan siendo los de potenciar el dinamismo de la economía costarricense, fortalecer la cohesión social y la capacidad de integración social de nuestro desarrollo y – no menos importante – el desarrollo de procesos de formación integral de las y los estudiantes que les permitan crecer como personas, con una clara formación ética, estética y ciudadana.
Agradezco a todas las personas – funcionarios del Ministerio y de la Fundación Omar Dengo en particular – así como a las empresas e instituciones que generosamente nos han apoyado en esta aventura de traer hasta este hermoso lugar – la Antigua Aduana – los proyectos en que nuestros estudiantes aplican tecnología en su proceso educativo; y espero que quienes participaron hayan podido disfrutar esta Feria Educación 360@, descubriendo en ella muchas de las cosas que nuestros estudiantes y docentes hacen hoy con las más avanzadas herramientas de la tecnología digital y, sobre todo, vislumbrando en ellas el salto que espera a nuestra educación para poner estos avances en manos de todos y cada uno de nuestros estudiantes.