Teas, mesones y héroes: lo memorable
Leonardo Garnier
Leonardo Garnier
Ministro de Educación Pública Alajuela, 11 de Abril de 2010
Hoy es domingo. Es 11 de abril. Por eso, como todos los onces de abril, estamos aquí en este parque, rodeados de estudiantes, para conmemorar hechos ocurridos hace 154 años. La conmemoración tiene dos partes: el símbolo – la batalla de Rivas, la quema del mesón – y el proceso que hizo de aquellos eventos, algo históricamente memorable.
Pero cuidado, porque nada es memorable en sí mismo; lo memorable es algo fuera de lo común, pero no como fruto de la simple casualidad, sino como resultado de un proceso, de un esfuerzo, de un largo camino en el que se forja la historia de la que forma parte el evento simbólico.
Así, el símbolo del 11 de abril, el símbolo de la batalla de Rivas, el símbolo del mesón que se quema, nos recuerdan lo que fue realmente memorable: la heroica gesta que vivimos entre 1856 y 1860, cuando Nicaragua fue invadida y el resto de Centroamérica se vio amenazada; cuando Juan Rafael Mora y el ejército costarricense tomaron la iniciativa de frenar los designios de Walker; cuando fuerzas de toda la región – y de fuera de la región – se unieron, a pesar de sus contradicciones, para expulsar al invasor; en fin, cuando nuestros antepasados actuaron como dignos defensores de su independencia, aún a costa de sus vidas.
Y cuando digo a costa de sus vidas, no lo digo como figura literaria: cientos de vidas se perdieron, y cada una de ellas era importante para sus seres queridos, algo que a veces se tiende a olvidar conforme pasa el tiempo y solo recordamos la cara alegre del triunfo. En una carta fechada 17 de abril de 1856, el Presidente Mora escribía así a doña Beatriz Flores de Quiroz:
Señora: El General Quiroz ha encontrado en la jornada del 11 una gloriosa muerte, cumpliendo con una orden que le mandé ejecutar. Al asociarme a la justa pena que le haya causado a usted tan sensible pérdida, deseo le sirva de consuelo la circunstancia de haber su esposo terminado noblemente su carrera entre las filas de un Ejército que cumple con la heroica misión de libertar a Centroamérica de sus invasores. Tan honroso título de honor para los hijos del General, constituye para la Patria una deuda sagrada que sabrá satisfacer.
Así, el símbolo del soldado Juan no sólo es memorable por su propia valentía, sino como representante de los cientos de hombres y mujeres que, a lo largo de esos cuatro años, estuvieron dispuestos a sacrificar su tranquilidad, sus bienes y hasta su vida y la de sus seres queridos, en un proceso en el que se jugó la historia y el destino de nuestros países.
Este proceso arrancó el 16 de junio de 1855, cuando unos sesenta hombres desembarcaron en Nicaragua procedentes de San Francisco; pareció terminar el 1 de mayo de 1857, cuando su jefe, William Walker, se rindió en Rivas y abandonó la región, pero regresaría tres veces más a intentar apoderarse de nuestros países, hasta morir fusilado en el puerto hondureño de Trujillo, el 12 de setiembre de 1860; paradójicamente, el mismo año en que Juan Rafael Mora – nuestro héroe nacional – sería fusilado por sus propios compatriotas, en el puerto costarricense de Puntarenas.
Nunca son simples las guerras, nunca pueden resumirse en uno o dos hechos, aunque estos nos sirvan como símbolos para recordarlas. Es vital recordar. Un pueblo sin memoria es un pueblo sin identidad. Un pueblo sin memoria, un pueblo sin historia, es un pueblo sin futuro, es un pueblo que no tiene sentido de su propia identidad.
Pero lo que es cierto de los pueblos, de las sociedades y de los países, es también cierto de cada uno de nosotros: nuestras vidas están marcadas por una serie de fechas en que celebramos distintas cosas: cumpleaños, aniversario de bodas, años de graduados, en fin, todo tipo de símbolos que usamos como marcadores del paso del tiempo. La pregunta que tenemos que hacernos es muy simple: ¿qué tan memorables son nuestros aniversarios?
Porque todos cumplimos años casi irremediablemente, pero ¿es digno de celebrarse ese cumpleaños? Cuando volvemos la vista al año que pasó y nos preguntamos qué tuvo de memorable este año de mi vida; o qué será digno de ser recordado en este año que acabo de vivir: ¿qué clase de respuesta podemos darnos? Pensemos incluso en las cosas aparentemente más pequeñas y cotidianas: pensemos en cualquier curso, en cualquier proyecto, en un noviazgo ya terminado y preguntémonos ¿qué hice para que fuera memorable? ¿qué hice, que valga la pena ser recordado?
Porque no es más que eso es lo que significa “ser memorable”: ser digno de ser recordado, ser digno de quedar marcado en la memoria, ser digno de ser compartido con los demás.
Pero si los cumpleaños y los aniversarios vienen automáticamente con el tiempo – a menos que la muerte o algún otro accidente nos detenga o nos separe – lo memorable, eso sí que no sucede en forma automática o gratuita. Lo memorable solo se construye con esfuerzo, con ambición, con gusto, con pasión... y, sobre todo, con una clara conciencia de nuestra propia identidad y de nuestros lazos profundos con los demás.
Ser memorable, es ser memorable para quienes nos importan. Solo así sobrevive la memoria. Lo que solo a mí me importa, morirá conmigo: para que mi vida sea memorable, debe serlo para alguien más.
Hablemos con nuestros abuelos, pidámosles que nos cuenten cosas, anécdotas, historias de su vida; que nos expliquen con todo el detalle que recuerden aquellos momentos que ellos y ellas consideran memorables de sus vidas. Hagamos lo mismo con nuestros padres y madres: en la vida de cada uno, hay momentos, hay escenas, hay eventos memorables, hay heroísmo, hay sacrificio, hay triunfos – o derrotas – dignos de ser recordados. Son los hechos que fueron modelando sus vidas, dándoles sentido.
Aprendamos de ellos – de nuestros héroes cercanos – tanto como de nuestros héroes lejanos. Pero aprendamos realmente. Cada día, cada fin de trimestre, cada cumpleaños, cada fin de curso, preguntémonos qué hemos hecho que sea digno de ser guardado en nuestra memoria como algo memorable.
Hagámoslo desde ahora, que algún día comprenderemos que fueron precisamente esos hechos, esos esfuerzos cotidianos los que, vividos plenamente, dieron sentido profundo a nuestra vida; los que nos hicieron importantes para las personas que teníamos cerca; los que nos hicieron ciudadanos y ciudadanas dignas de esta Patria, habitantes responsables de este frágil planeta.
Por eso celebramos el once de abril hoy, un domingo: porque el soldado Juan no habría pensado si era domingo o miércoles para avanzar hacia el mesón. Había una tarea simple pero histórica que cumplir y él la cumplió, como la cumplieron tantos héroes en aquellos años. Por eso hoy somos libres. Por eso, hoy, no solo tenemos la posibilidad, sino la obligación de seguir haciendo de nuestras vidas y de la historia de Costa Rica, algo memorable.
La memoria de la Patria, está en manos de cada uno, de cada una de ustedes. Vivan memorablemente.