De perritas, birras y condones: ¡líbranos Señor!
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
Sub/versiones – La Nación, Costa Rica: jueves 10 de febrero, 2005
La perra descansa cuando yo digo, pero usted no descansa hasta que yo diga. No vaya a evitar los hijos, pero cuidado intenta tenerlos. Y cómprela, por favor, pero no se la tome. Pocas cosas sorprenden más – o tal vez ya ni sorprenden – que las inconsistencias de la Iglesia Católica. Y las últimas semanas han sido pródigas. Al pobre Papa no lo dejan morirse en paz (o, al menos, renunciar dignamente), pero a Camila, la inofensiva perra de Tibás, le aplicaron la eutanasia. Casi excomulgan a los obispos españoles que intentaron tolerar el uso del condón en parejas que corren peligro de muerte si no usan el hulito protector: ¡no, no, no al condón, hulito pecador! Pero se oponen con igual vehemencia a la fertilización in vitro: ¡no, no, no a la probeta pecadora! Y para cerrar con trivial broche de oro, Monseñor Ulloa anuncia que la Iglesia se opondrá a que se venda cerveza en el quiosco del Parque Central porque está muy cerca de la Iglesia… ¡aunque la Iglesia no tiene problemas para estar más cerca – es decir, adentro – de la empresa que produce esa cerveza!
Pero las inconsistencias son incómodas, tanto que nos hacen olvidar el sétimo. Porque es incómodo predicar que la eutanasia está mal, al tiempo que la aplicamos Que la cerveza es mala para beber, buena para lucrar. Que procrear es bueno para el que no quiere, malo para el que quiere. ¿Y mentir también está mal… o está bien? Porque fue el propio padre Artavia el que, cuestionado por sus feligreses, dijo que solo había llevado al animal a un refugio en Heredia. Y fue Monseñor Ulloa quien arguyó que la inversión no era en la producción de cerveza, sino la de agua y refrescos… ¡como si las acciones de la Cervecería hicieran la diferencia! El padre le echa la culpa al sacristán, aunque la doctora que atendió a Camila asegura que fue el sacerdote quien se apersonó a la clínica argumentando – es decir, mintiendo de nuevo – que la perra era agresiva y había intentado morder a varios feligreses. Más patéticas aún resultan las declaraciones del abogado del cura: “él en ningún momento mató a animal alguno, y lo que hizo, lo hizo aplicando la guía de eutanasia que maneja el Colegio de Médicos Veterinarios”. No la mató, solo firmó la orden. No la mató, solo aplicó la guía de eutanasia: “acción u omisión que, para evitar sufrimientos a los pacientes desahuciados, acelera su muerte con su consentimiento o sin él”.
El premio, sin embargo, se lo lleva Monseñor Hugo Barrantes, Arzobispo de San José, quien aseguró que no hubo crueldad porque a la perra no se le golpeó o pateó sino que solamente se le aplicó una inyección letal; agregó que, en todo caso, la crueldad con los animales está tipificada como una falta menor, y – el colmo – que habría que ver si no fue el consultorio veterinario el que incurrió en una anomalía al aplicar la inyección letal. “¡No se puede dejar que los animales reinen en el mundo – sentenció el arzobispo – y que el hombre sea humillado!” De la perrita al condón y del condón a la birra, qué poco tiene que decir la Iglesia en estos asuntos. Qué poco sentido. Qué poca autoridad. Qué poca sensatez. Qué poca sensibilidad. Qué poca consistencia. Qué poca honestidad.