"Guarda con la rutina..."
Leonardo Garnier
Leonardo Garnier Sub/versiones: La Nación, Costa Rica, jueves 23 de marzo, 2006
No sé por qué de pronto se nos ocurren cosas, se nos meten o salen de la cabeza sin que sepamos de dónde vienen. No necesariamente cosas nuevas, desconocidas, sino tal vez viejas, olvidadas, algún recuerdo perdido, una idea, una cara, cualquier cosa que, sin aviso previo o razón aparente, se nos planta ahí, se sienta y no nos deja seguir. Así pasó cuando daba vueltas a la columna de esta semana, oteando temas que pudieran dar para más: la condena del Anglo, los disparates de Bush en Irak, el pavor a los condones, la cárcel para quien insulte... en fin, todos rondaban cuando, porque le dio la gana, timbró en mi mente aquella vieja tonada de Pedro y Pablo: “guarda con la rutina... es una enfermedad”.
Sonaba a principios de los setentas en Radio Juvenil, en medio de tanto rock en inglés o traducido del inglés y donde, de vez en cuando, se colaba algún loco del sur con su propia cosa. Uno, mientras tanto, en el colegio, metido exactamente en esa rutina... y suenan de improviso ese par de hippies argentinos cantando “amigo, hoy veo que hacés lo mismo / que hiciste hace una semana / y también un mes atrás... / mirá que te estás yendo con los demás / en la monotonía de cada día / sin novedad”. Exactamente de esa rutina nos cantaban Pedro y Pablo – más bien Miguel Cantilo y Jorge Durietz – hace ya su rato: “la rutina / que te blanquea la sien”. Pero hay que reconocerlo, es cómoda la rutina: uno pone el piloto automático... y se olvida. Vamos al mismo restaurante porque; pedimos el mismo bistec encebollado – o el pollo de siempre – porque; y tomamos el mismo trago porque; con los amigos de siempre porque; y hasta los mismos días... sin preguntarnos nunca ¿por qué?
¿Por qué no romper un poco con la rutina y ver qué pasa? Tomar otra ruta y abrir los ojos, notar las diferencias, el cambio de paisaje o, incluso ¿por qué no? descubrir que se parece tanto a la otra ruta. Cambiar de estación de radio y ver – perdón, oír – qué cosas distintas suenan ahí y cogerles el gusto – o no. Tomar los discos de las hijas... o de algún tío. Leer un libro nuevo que ni sabemos si; o algún libro viejo, de esos que no están de moda, que no son bestsellers de los que podamos hablar en la oficina con los que sí leyeron el último. Ver otras películas. Probar ese plato exótico que no sabemos ni qué tendrá dentro. Sentarnos a conversar con el extraño de la fiesta. En fin, correr el riesgo y dejarnos sorprender. Darle pelota a la ocurrencia que nos salió no sabemos de dónde; sacar la lengua donde no se debe; bailar aunque no sepamos; jugar y cambiar de juego: nadar si pateábamos, patear si encestábamos, encestar si; reinventar una caricia y sonreír en silencio – o gritar. En fin, como cantaban aquellos locos: “Amigo, cuidate de la rutina / que es como una carabina / que tira a repetición”.