Lo que faltaba: ¡el neopopulismo de la derecha chilena!
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier Sub/versiones: La Nación, Costa Rica, jueves 27 de octubre, 2005
Oír a la derecha chilena criticando el modelo chileno por generar desigualdad, pobreza, concentración y creciente delincuencia... ¿se imagina? Pues eso fue precisamente lo que escuché la semana pasada, cuando tuve la suerte de estar en Chile durante el debate entre los cuatro principales candidatos para las elecciones presidenciales de diciembre. Michelle Bachelet, candidata de la Concertación y probable futura presidenta de Chile (finalmente una mujer latinoamericana que podría llegar a la presidencia por méritos propios y no por lo que haya sido su marido) fue mesurada y cauta, no corrió riesgos pero se mostró preparada, sensible y sensata; no hizo grandes promesas, pero tampoco defraudó – para quien siga leyendo, confieso desde ya mi sesgo a su favor. Tomás Hirsch, de la coalición de izquierda “Juntos Podemos Más” se centró en una fuerte crítica al modelo económico impulsado en Chile desde tiempos de Pinochet y que, a su juicio, no ha cambiado mucho en los últimos quince años en que ha gobernado la Concertación. Sin nada que perder, fue el más desenvuelto de los cuatro y expuso bien sus críticas que, sin embargo, no llegaban a traducirse en propuestas que fueran más allá del genérico ‘hay que cambiar de modelo’ – algo que puede sonar bien a los más descontentos, pero es claramente insuficiente para gobernar. Pero tanto de Bachelet como de Hirsch, eso era esperable...
...lo que a mí realmente me sorprendió es que fueran los conspicuos abanderados de la derecha –Joaquín Lavín y Sebastián Piñera– quienes tomaron la pobreza y la persistente desigualdad chilena como uno de sus principales caballos de batalla electoral. Fue peripatético escuchar sus lamentos por esa creciente desigualdad que se gestó, precisamente, en la versión más deshumanizada del modelo chileno que se instauró en los años y con las políticas de la dictadura derechista de Pinochet a la que ellos apoyaron. Resulta impresionante que hoy, aunque sea para buscar votos, los candidatos de la derecha lo reconozcan abiertamente, como cuando Piñera califica la desigualdad en Chile como una “herida abierta, sangrante y dolorosa” y remacha diciendo que “hay tres millones de chilenos bajo la línea de dignidad y eso es escandaloso para Chile”. La situación era tan ridícula que Hirsch, sintiendo de pronto que sus antípodas lo desplazaban de su lugar a la izquierda del centro, exclamó indignado: “¡me parece insólito que la derecha que instaló este modelo económico perverso, plantee temas de equidad!”.
¿Funcionará la pirueta? No sé, me parece difícil pues, como señaló al día siguiente en el diario “La Tercera” Patricio Navia, “las críticas a la concentración del poder económico inevitablemente suenan poco creíbles cuando las hace uno de los hombres más ricos y más beneficiados con la prosperidad de la era concertacionista”. En efecto, sonaba casi risible escuchar tanto a Lavín como a Piñera postulándose reiteradamente como los candidatos de las pequeñas y medianas empresas... cuando representan precisamente al modelo y las políticas que más duramente golpearon a esas empresas. Pero todavía más cínico que el lamento genérico frente a la desigualdad, fue la consternación específica que desplegaron los candidatos de la derecha chilena ante la creciente concentración que se ha dado en las empresas privadas que –gracias a ellos– son hoy las responsables ¿o irresponsables? de la salud y la seguridad social en Chile. Lavín y Piñera criticaron acremente los excesos de concentración económica y la colusión en las Isapres –aseguradoras privadas de salud– y en las AFP o empresas privadas de pensiones cuyas jugosas comisiones reflejan tanto su codicia como su ineficiencia pues, como recordó Hirsch, ganaron $112 millones el año pasado, mientras las pensiones de los trabajadores chilenos no lograban crecer.
Pero ni siquiera eso no fue obstáculo para que, en un desplante de demagogia populista, Piñera prometiera que en su gobierno habría pensiones hasta para las dueñas de casa... ¡votos, votos! Afortunadamente las entrevistadoras –Glenda Umaña y Constanza Santamaría, que estuvieron muy bien– supieron repreguntar a los candidatos que intentaban escudarse tras la vaguedad de promesas genéricas ...y Piñera se desnudó al responder, sin inmutarse, que “la jubilación para la dueña de casa se va a financiar con aportes de su marido y de sus hijos”. ¡Así, cualquiera promete! Bachelet, por el contrario, evidenció aún más la fragilidad de la seguridad social chilena al denunciar que la colusión de las Isapres les había permitido tanto reducir los beneficios que prestan a los asegurados como subir los precios de sus planes de salud; y en cuanto a las pensiones, su proyección es que, para el 2030, uno de cada dos chilenos no tendrá pensión alguna. No caben promesas vacías ante tales realidades.
Chile es, sin duda, uno de los países más exitosos de América Latina, no solo por su dinamismo económico, sino por haber sido capaz de regresar institucionalmente a la democracia después de una de las más amargas –y, hoy lo sabemos– también corruptas dictaduras que hemos tenido en el continente. Han crecido y, durante los gobiernos de la Concertación, han logrado reducir la pobreza y mejorar los indicadores sociales. No han podido, sin embargo, frenar la creciente desigualdad ni revertir algunas de las más trágicas reformas que se dieron durante la dictadura, como la privatización, individualización y segmentación de los programas de salud y los fondos de pensiones. Chile tiene el gran reto de lograr que el éxito en su integración hacia fuera no se siga traduciendo en el fracaso de su integración hacia dentro. Por eso resulta particularmente grotesco que hoy, quienes más contribuyeron a partir a Chile en dos y a favorecer sin escrúpulos a los que más privilegios tenían... se atrevan a volver a pedir el voto popular enarbolando la bandera de la equidad y mostrándose ofendidos por una pobreza y una desigualdad que se levanta digna ante ellos con el dedo acusador.