¡Lopa balata, lopa balata! (...y algo más)
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier
Sub/versiones – La Nación: jueves 2 de junio, 2005
¿Por qué – y para quién – son una amenaza los chinos? Ante esta pregunta, lo primero que se nos viene a la mente son los textiles y, claro, desde que se eliminó el sistema de cuotas en enero, la entrada de los chinos al mercado mundial fue brutal: el número de pantalones de algodón chinos importados por Estados Unidos aumentó en más de 1500%, el de T-shirts de algodón en casi 1300% y el de ropa interior de algodón en más del 300%. Algo parecido ocurrió en Europa, donde se quintuplicó la importación de pulóveres y pantalones y se duplicó la importación de blusas y T-shirts chinas, mientras que los precios bajaban en una cuarta parte.
¿Y los chinos han logrado esto simplemente a base de mano de obra barata? Pues, en parte, sí... y en parte no. Los países que se especializaron en ser simples ensambladores de ropa haciendo de la mano de obra barata su única ventaja competitiva, hoy enfrentan amenazas desde los dos extremos de la cadena: desde los grandes compradores – como Wal Mart y J.C. Penney – que presionan todo el tiempo por precios más y más bajos y concentran sus compras en un número menor de países; y desde aquellos países que tienen una poderosa cadena verticalmente integrada y que producen su propia fibra, su hilo, su tela y sus ropas, y hasta empiezan a producir su propia maquinaria y a avanzar en el campo del diseño – es decir, países como China (aunque no solo China). Y es que contrario a lo que suele pensarse, los productores chinos no compiten solo por precio sino por calidad, escala, confianza, velocidad, sofisticación y capacidad de mercadeo, variables que muchos de sus competidores no pueden igualar, aunque vendan, incluso, más barato que los chinos.
En lo inmediato, los chinos son una amenaza para casi cualquiera que esté ‘en el mismo negocio’ que ellos. Pero, a la larga, solo serán una amenaza para los que no aprendan la lección a tiempo y sigan insistiendo en las viejas recetas de que un país tiene que conformarse con su ‘dotación de factores’ o sus ‘ventajas comparativas’ entendidas – por algún mal economista – como ‘lo que Dios les dio’. Pero no serán tal amenaza, sino una gran lección, para quienes quieran aprender – como debiéramos haber aprendido de lo que ha ocurrido en el sudeste asiático – que no bastan las ocurrencias ni los subsidios pasajeros, hace falta una estrategia y las reglas e instituciones que la hagan realidad. En el caso de países pequeños como los centroamericanos, los pasos iniciales por la mera maquila textil no pueden ser más que eso, pasos hacia una industria en la que la competitividad surge del cambio permanente y de una combinación de productividad, calidad, diseño y mercadeo... y de una política sistemática que aporte el entorno que una industria exitosa requiere para ser rentable al mismo tiempo que genera empleos decentes y bien pagados. O a perder.