P’al mismo lado...
Leonardo Garnier

Sub/Versiones – La Nación: Jueves 16 de Enero, 2003
“Este paquete de crecimiento y empleo es esencial en el corto plazo – dijo el presidente Bush. Es un empujón inmediato a la economía”. Lo extraño es que la mayor parte del paquete anunciado la semana pasada está conformada por medidas que no generan un estímulo inmediato y fuerte a la economía. ¿De qué se trata entonces? Aunque viene adobada con algunas medidas hacia los desempleados, las familias con hijos y las parejas casadas, el centro de la propuesta está en la eliminación permanente del impuesto a los dividendos, lo que costaría unos $364 mil millones – prácticamente la mitad del paquete completo. De acuerdo con Bush, el impuesto a los dividendos no sólo es malo para la inversión, sino que es injusto, pues golpea especialmente a los ancianos, que son quienes reciben cerca de la mitad de los dividendos “y que dependen de esos cheques como fuente segura de ingreso en su retiro”. Eliminarlo sería, por tanto, cuestión de eficiencia y equidad. ¿O no?
Podríamos discutir si el impuesto a los dividendos se justifica o no, si constituye doble imposición, o no. Lo que no parece discutible es quién se beneficiará más de su eliminación y cómo se repartirán, en su conjunto, los beneficios del ‘plan Bush’. De acuerdo a un estudio del Urban Institute y la Brookings Institution, mientras que el sesenta por ciento más pobre apenas recibirá un ocho por ciento de los beneficios que genera el plan, el diez por ciento más rico recibirá un sesenta por ciento y el uno por ciento más rico recibirá el cuarenta por ciento. La Casa Blanca ha dicho que el beneficio promedio para las familias será de más de mil dólares al año… pero ese promedio es engañoso: se calcula que la mayoría recibirá menos de $300. Peor aún: para quienes ganan menos de $10.000 por año el beneficio promedio sería de apenas seis dólares, pero llegaría a $45.000 para los poquísimos que ganan más de un millón anual, que recibirían una cuarta parte de los beneficios totales. Así que no es cuestión de equidad.
Aumentar el ingreso de los ricos no parece la forma más eficiente de reactivar el consumo para estimular la economía en el corto plazo, como se dice pretender. Pero lo más absurdo de todo es que, con estos recortes, Bush no sólo está dilapidando el superávit fiscal de largo plazo que recibió junto con la presidencia, sino que está garantizando un déficit creciente aún más allá del 2010. Paradójicamente, este déficit tendería a elevar las tasas de interés y podría terminar frenando el crecimiento que, supuestamente, pretende estimular. Tampoco es cuestión de eficiencia.
¿Entonces, de qué se trata? The Economist da en el clavo: “El presidente está usando la desaceleración de la economía para impulsar una agenda de recorte de impuestos claramente ideológica, que no tiene nada que ver con políticas de estabilización”. Si el efecto sobre la reactivación es muy dudoso, el efecto distributivo es seguro y dramático: el plan Bush profundiza las desigualdades al trasladar a los pobres un mayor peso de la carga tributaria y desfinanciar, de paso, al gobierno. Tal vez somos mal pensados: podría ser simplemente otra equivocación. Lo curioso no es que se equivoquen tanto… sino que siempre se equivoquen p’al mismo lado.