¡Porque no hay quite!
Leonardo Garnier

Leonardo Garnier Sub/versiones: La Nación, Costa Rica, jueves 9 de marzo, 2006
“¿Por qué estudiar?” se preguntan las muchachas y muchachos de hoy. Porque el estudio nos hace más dueños de nosotros mismos –podría decirles–. Pero si eso suena muy etéreo, digamos simplemente que hay que estudiar ¡porque no hay quite! Sin estudios –o con muy pocos– solo se puede aspirar a un pobre empleo o, si se quiere, un empleo de pobre. Los datos son elocuentes: de nuestra fuerza de trabajo joven (entre 20 y 29 años), un 99% de quienes no tienen ninguna educación y un 88% de quienes solo tienen alguna educación primaria, no logran pasar de las ocupaciones de más baja o ninguna calificación, que son también las peor pagadas. La cosa cambia muy poco cuando se tiene algo de educación secundaria: un 5% accede a un empleo técnico y un 20% a ocupaciones semicalificadas; pero el 75% sigue atrapado en los peores empleos. Incluso la secundaria completa ofrece mejores oportunidades a menos de la mitad de la fuerza de trabajo: un 17% se ubica en ocupaciones técnicas o de alta calificación y un 31% en trabajos semicalificados; pero el 52% sigue ahí, atascada en los pobres trabajos de pobre.
Lo único que sí parece hacer una diferencia es contar con algo más que la secundaria completa, es decir, con secundaria y algún estudio técnico o profesional: es así como dos terceras partes logran acceder a los empleos de mayor calificación y mejor remuneración, mientras que un 20% se ocupa en empleos semicalificados; y el riesgo de quedar rezagados en los peores empleos se reduce al 13%. Los datos son contundentes: ya quedó muy atrás aquella idea de que se cumplía dándoles a los hijos una educación primaria pues, hoy, ni siquiera la secundaria es suficiente: solo puede verse como el nuevo piso – nunca el techo – de la educación que requieren nuestros y nuestras muchachas. La base, no la cima. Una buena secundaria completa más algún estudio técnico o profesional son indispensables para que la gente joven pueda aspirar a esos mejores empleos en los que – como decía don Pepe – el trabajo se valoriza y la gente se dignifica.
Lo absurdo – lo trágico – es que sabiendo que esto es así, le estemos negando esa oportunidad a la mayor parte de nuestra juventud. Si apenas una tercera parte de quienes entran a primer grado llega a graduarse de la secundaria... ¿cómo podría sorprendernos que esos pobres empleos a los que quedan condenadas las personas de menor educación ocupen hoy a casi dos terceras partes de nuestra fuerza de trabajo joven? ¡No hay quite! El reto, por eso, es doble: sin duda hay que estimular las inversiones capaces de generar más y mejores empleos, porque hoy esas ocupaciones apenas dan cabida al 20% de nuestra fuerza de trabajo joven. Pero, al mismo tiempo, hay que garantizar que nadie se quede sin la educación indispensable para ocupar esos mejores trabajos... y para vivir una vida más plena.