Sindéresis y desconsuelo
Leonardo Garnier

Sub/versiones – LA NACIÓN: 11/10/01
“Tenía 61 años, asma y un dedo del pie fracturado. Cuando no fue capaz de correr más, cayó al suelo y estando de rodillas la asesinaron con cinco tiros de fusil. La muerte de Consuelo ha tenido acá un efecto análogo a las torres gemelas. Para bien y para mal. No hay que olvidar que además de ex-ministra (el menos importante de sus oficios) era la esposa del actual Procurador General y, sobre todo, la persona que concibió y dio vida a las actividades que han hecho del vallenato. Como el vallenato es la expresión de los juglares macondianos, te imaginarás que era una mujer más cercana que nadie a su pueblo, su historia y su cultura. Su cobarde asesinato ha puesto en evidencia la precariedad del proceso de paz (lo cual era necesario) y ha exaltado los ánimos de guerra (lo cual es aterrador). Ha distanciado astronómicamente a las FARC (y al Gobierno) de la gente común. Por el momento no hay propuestas sensatas, pues priman las exhortaciones a la venganza. Pastrana parece cercano al autismo, las FARC dan declaraciones absurdas en las que sólo muestran que perdieron totalmente la sindéresis y los paramilitares, para no quedarse atrás, acaban de matar a un parlamentario honesto y luchador.”
Las palabras, tomadas de la carta de un buen amigo colombiano, son más que elocuentes. Y, aún así, las sentí insuficientes. ¿Quién entenderá por ‘perder la sindéresis’ algo que le haga justicia a este absurdo desconsuelo en el que se desangran los colombianos? Pensé que podría expresar mejor lo que sentía si ponía en fila, uno tras otro, los sinónimos: Perder la cordura, el juicio, la razón, el discernimiento. Perder el seso. Perder el tacto, la discreción. Perder la conciencia. Sobre todo perder la conciencia. Imaginar a Consuelo Araujo corriendo sin aire a sus sesenta y un años, asustada, con el dedo fracturado, para caer de rodillas y recibir cinco estúpidos balazos. ¿Qué nos queda cuando perdemos la sindéresis? Nos queda la intriga, la conspiración, la traición. Nos queda la torpeza, la locura, la sinrazón. Nos queda la insensatez y la insensibilidad. Sobre todo la insensibilidad.
Releí entonces la carta de mi amigo. Repasé su dolor. Reviví su desazón, casi convertida en desesperanza. Y encontré que había dejado fuera de mi cita cinco palabras suyas que eran exactamente las que necesitaba para expresar lo que sentía: “La situación es de miedo”. En efecto: cuando perdemos la razón y el sentido, cuando nos ahogamos en la insensibilidad y la torpeza, cuando perdemos la conciencia... nos queda el miedo. Ese miedo que paraliza la nobleza, la solidaridad, la simpatía que puede sentir el ser humano. Ese miedo que nos roba la capacidad de mirarnos a los ojos, de reconocernos, de identificarnos, de conversar. Ese miedo que sólo entiende la sumisión y la violencia. Nos queda el miedo, que es peor que decir que no nos queda nada. Pero no. No todo está perdido. La carta cierra con un ‘después te contaré’. Sonreí. Pues mientras sepamos que hay un después digno de ser contado, el triunfo del miedo no será completo.