Un Nóbel de modelos y metáforas
Leonardo Garnier

Sub/Versiones – La Nación: Jueves 17 de Octubre, 2002
¿Un Nóbel de Economía para un sicólogo? Parece cosa de locos… pero ¡nada de eso! La mitad del Nóbel fue para el economista Vernon Smith, que se ha empeñado en mostrar que la economía no tiene por qué resignarse a saltar de la abstracción a la realidad sin pasar por la experimentación científica. Smith logró diseñar experimentos de laboratorio que simulan con bastante precisión el funcionamiento de los mercados, en especial los de las subastas. El análisis económico suele suponer que, cuando se enfrentan disyuntivas – trade-offs – la conducta de los individuos está gobernada por la búsqueda racional y sistemática de la máxima satisfacción del propio interés y se supone que, al actuar así, contribuyen también a maximizar la eficiencia social. Mediante sus aportes a la ‘economía experimental’, Smith logró demostrar – contrario a lo que él esperaba – que, cuando tienen clara noción de sus propios costos y eventuales beneficios (sus costos de oportunidad, diríamos los economistas), y aunque desconozcan los costos y beneficios de los demás, los individuos tienden a generar un intercambio bastante consistente con las predicciones de la teoría económica. Doscientos años después, los ingeniosos experimentos de Vernon confirmaban las agudas intuiciones de aquel otro Smith: Adam.
Pero es aquí donde resulta clave la otra mitad del Nóbel: la del sicólogo Daniel Kahneman, cuyas investigaciones sobre la conducta humana – realizadas junto con Amos Tversky, fallecido en 1996 – han transformado nuestra comprensión de los procesos decisorios. Kahneman y Tversky analizaron la conducta humana en situaciones más cercanas a la vida real que las de los experimentos de Smith; en especial, analizaron la conducta decisoria cuando hay incertidumbre respecto a los probables resultados de esas decisiones. Descubrieron que, en tales condiciones, los individuos se alejan de la cómoda racionalidad en que nos refugiamos los economistas y, en lugar de maximizar de manera metódica y probabilística su ‘utilidad esperada’, acuden a herramientas más difíciles de traducir en modelos y ecuaciones pero mucho más intuitivas y fáciles de usar para los seres humanos de carne y hueso: recurren a la percepción, a modelos mentales previos, a sus emociones y actitudes, a la memoria de situaciones y decisiones pasadas, en fin… a reglas de sentido común y atajos que les resultan ‘razonables’ aunque no los podamos calificar de ‘racionales’ o eficientes en el estricto sentido económico. Por el contrario, Kahneman y Tversky muestran que muchos de estos ‘atajos decisorios’ se alejan sistemáticamente de dicha racionalidad.
¿Se contradicen, entonces, las dos mitades de este premio Nóbel? ¡Nada de eso! Usados inteligentemente, los aportes de Kahneman y Smith más bien se complementan y nos permiten entender cómo, frente a las diversas y complejas decisiones con que a diario nos sorprende la vida, un parte nuestra calcula, racionaliza, maximiza y negocia; mientras otra juzga, reflexiona, se emociona y juega. Somos más complicados de lo que podemos entender, y por eso nos vemos obligados a utilizar y combinar modelos: homo economicus, y metáforas: Apolo y Dionisio. Kahneman nos acerca a una síntesis, y de ahí su mérito.